A pesar de la catástrofe económica y humanitaria que azota a Venezuela, el chavismo no se piensa en retirada. Todo lo contrario. Envalentonado por los resultados de las elecciones de gobernadores y las profundas divisiones de la oposición, pondera ahora un escenario que hasta hace poco era impensable: su reelección en 2018. Ese es, para el gobierno, el fin último del diálogo abierto este este 1° de diciembre en República Dominicana.
La oposición no ha salido bien librada en ninguno de los diálogos anteriores, simulacros montados por el gobierno para administrar sus crisis políticas. Al contrario, solo han operado como una suerte de trituradora de esperanzas y de liderazgos opositores. Y, no obstante, sin la posibilidad de elecciones libres y justas, con el poder militar consolidado alrededor del régimen, cuesta pensar en una salida política que no pase por una negociación.
En este caso no está del todo claro a quién le urge más el diálogo, quién lo convoca ni quién debe hacer la primera propuesta, pero la oposición no comenzó el juego previo con buen pie. Primero, por el lugar: las reuniones se celebrarán en República Dominicana, bastión firme de Chávez y Maduro durante estas dos décadas. Segundo: el gobierno acude al diálogo con su brigada de choque, mientras el equipo opositor se ha conformado en condiciones muy precarias. Algunos de los líderes opositores más representativos están ausentes, pues se encuentran presos, inhabilitados políticamente, asilados en embajadas tras la violación de su inmunidad parlamentaria o en el exilio. Los que estarán en Santo Domingo bien podrían ser los próximos, por lo que acuden al diálogo corriendo un enorme riesgo personal.
La mejor alternativa de la oposición a un acuerdo negociado en forma tan desventajosa sería levantarse de la mesa con la legitimidad que le otorgue el haber exigido las condiciones mínimas necesarias para poder efectivamente darle un vuelco al país y su angustiosa situación económica. Sin embargo, el fracaso del diálogo la encerraría en un callejón sin salida y sin una ruta clara de acceso al poder, amenazada, perseguida y acosada como nunca antes.
Aunque cuenta con la ventaja de negociar desde el poder y viene de dominar las protestas de los seis primeros meses del año, el gobierno de Nicolás Maduro acude al diálogo asfixiado económicamente, agobiado por el peso de la deuda, incapaz de producir los bienes que ya no tiene cómo importar, con la producción petrolera en caída libre y la guillotina del impago suspendida sobre su cabeza. En esa circunstancia, no tiene en la mira reformar las políticas que trajeron esta ruina, sino el levantamiento de las sanciones que pesan sobre el país y varios de los representantes más conspicuos del oficialismo. Internamente, está pasando por un momento difícil, pero podría repetir el artilugio electoral de las elecciones de gobernadores y reelegirse por otros seis años –sea Nicolás Maduro u otro– e inclusive pactar con un sector de la oposición para que presente un candidato aceptable.
Está claro que con el fracaso del diálogo pierden ambas partes. La clave está en quiénes pierden más que otros. Una suerte de carrera hacia el abismo, otra versión del “escoge tu veneno” que el chavismo le ha venido ofreciendo no sólo a la oposición, sino también a los venezolanos, durante veinte años.
Por: Miguel Angel Santos