Hace rato no hablamos de Colombia desde el punto de vista de su acontecer político. Tal vez porque no había mucho qué decir, salvo el incesante goteo del grifo abierto por el que se escapa la sangre de los colombianos en un sistemático y bien concertado desangre que consume al país desde hace mas de 60 años.
Pero últimamente hay vientos de un cambio, que en Colombia equivalen a vientos de guerra. La salida fácil de la violencia es lamentablemente la primera, la más inmediata, la que al parecer resulta más económica en esta sufrida patria latinoamericana.
Desde su llegada al palacio de San Carlos, Juan Manuel Santos le imprimió un cambio importante a la política exterior colombiana. Un viraje mediante el cual el actual mandatario pretende arreglar los daños ocasionados por la irascible e intemperante predica de su antecesor quien, de diplomático se habría muerto de hambre (a Uribe se le reconoce que la mano dura funciono pero que el corazón grande no).
Santos pretende en primer lugar, regresar a Colombia a su posición en Suramérica, para lo cual su gobierno se ha dedicado a tratar de sanar las maltrechas relaciones que dejó Uribe con países como Venezuela y Ecuador. En cuanto a Estados Unidos, que sigue siendo el mayor aliado para Colombia, Santos busca lograr una relación más diversificada. Simultáneamente explora vínculos más profundos con aliados naturales del país como lo son Chile y Perú, ambos estados miembros con Colombia del Convenio Andrés Bello.
La apertura a la región y al mundo que pretende Juan Manuel Santos es desde todo punto de vista benéfica, y contrasta con la perspectiva cerrada y dedicada al mono-cultivo de la guerra que propuso Álvaro Uribe durante su incómodamente larga permanencia en el palacio presidencial colombiano, (todos los excesos son malos).
Sin embargo, para poder tener buen éxito, Colombia tiene que avanzar dramáticamente en la implementación de respuestas adecuadas a los problemas internos que enfrenta, sin las cuales todas las buenas intenciones que anuncia el presidente Santos podrían quedar, como ha ocurrido en innumerables ocasiones y en pasadas administraciones, en la nada.
El Club de los Expresidentes de Colombia, que nada aporta, tiene que hacerse a un lado y guardar silencio, como requisito fundamental para que el gobierno actual tenga una mínima oportunidad de avanzar en un proceso de paz que ninguno de sus ya geriátricos miembros pudo jamás lograr a pesar de que todas sus administraciones exhibieron como bandera de gobierno el elusivo tema de la palomita con el ramo de olivo en el pico.
Para quienes estamos en Canadá es importante recordar que tanto el Ex presidente Pastrana como el Ex presidente Uribe hicieron sendos viajes a Norteamérica, dedicados a la promoción del TLC con Colombia y a la idea de que los Con-nacionales que salieron por millones en un éxodo que se prolongó por mas de 15 años, entre 1993 y el año 2000, salieron del país no por que hubiera una guerra civil no declarada en la cual el gobierno no garantizaba la vida de sus ciudadanos, ni porque hubiera una violencia imposible de ocultar, sino por que se trataba de “aventureros económicos” que buscaban el “Sueño Americano” a como diera lugar. Esas fanáticas interpretaciones de los señores Pastrana y Uribe le hicieron mucho daño a los millones de compatriotas que buscaban protección. Algún día Colombia volverá a tener Gobernantes de talla internacional en el palacio de San Carlos. Entretanto, esperemos que no siga creciendo el ya desprestigiado club de los tristes expresidentes que gozan de millonarias pensiones vitalicias pero jamás del prestigio de los verdaderos Estadistas.