Fiestera, divertida, amarrada a las tradiciones y emotiva como todas las ceremonias inaugurales, la de Santiago 2023 fue única por su impactante simbolismo: el fuego panamericano, alegoría del deporte limpio, entró por la misma puerta por la que hace 50 años ingresaban los detenidos de la dictadura chilena.
A las 22.32 hora local, el estadio se fundió en negro y el fuego encendido hace un mes en la Pirámide del Sol en Teotihuacán, México, entró en el coliseo de la mano de Kristel Kobrich por la llamada “escotilla 8” iluminando la frase «Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro» en medio de una emoción contenida.
Después se inició la vuelta olímpica, posta final del recorrido que comenzó en los extremos norte (Arica) y sur de Chile (Punta Arenas), y que cruzó incluso la lejana Isla de Pascua (RapaNui) en la Polinesia antes de llegar al pebetero de cobre colocado en el centro del estadio en un homenaje a libertad y la memoria único en la historia del olimpismo.
La escotilla 8, que se diferencia del resto del estadio porque no se ha reformado y permanece como estaba hace medio siglo, era el lugar por donde entraban los detenidos que fueron represaliados por la dictadura en el interior del Estadio Nacional, coliseo que durante dos meses fue la mayor cárcel del país.
Los motores de la fiesta los calentó el DJ Rodrigo Díaz con un espectáculo de discoteca que sirvió también para dar entrada a ‘Fiu’, el pájaro de siete colores que se esconde en los humedales de Chile.
A partir de ese momento, la ceremonia no se apartó en demasía de los cánones habituales: tras la entrada de las autoridades, con el presidente de Chile, Gabriel Boric, y el presiente de Panam Sports, Neven Ilic, lo hizo la bandera nacional chilena con el estadio cantando el himno seguido de un espectáculo de baile y un desfile de tradiciones.
Precedido de un bello poema nacionalista de la chilena Amparo Noguera, hicieron su entrada en el estadio los verdaderos protagonistas de los juegos: con su colorido y su alegría avanzaron tras su banderas los deportistas para después ocupar las sillas reservadas en el estadio, a la espada de la nevada cordillera de Los Andes.
Las más numerosas, la de México y Chile, y la de menos integrantes la de las Islas Vírgenes Británicas, con solo dos personas.
“En Chile nos aventuramos, creamos, caemos y siempre nos volvemos a levantar, ese es el espíritu de Chile y ese es el espíritu que queremos que cada deportista y visitante se lleve en su corazón, dijo el ministro chileno de Deportes, Jaime Pizarro, tras instar a los niños y niñas de América a apostar por el deporte.
Al respecto, dijo que se entienda que “Chile ofrece su casa como un punto de encuentro de las Américas, como un para volver a encontrarnos, como cantó Violeta Parra que empieza la fiesta mágica, de corazones ardientes, se abrazan los continentes, para este momento cumbre”, recitó.
Ilic, por su parte, insistió en que los juegos sean “un punto de encuentro” e instó a los deportistas a disfrutar de la fiesta más grande del deporte americano, tras escucharse el himno de los juegos en voz de Ana Tijoux y antes de que el juramento olímpico diera paso a un espectáculo que apuntó a la defensa del medioambiente y la lucha contra la emergencia climática, otra de las prioridades del actual gobierno chileno.
Agua, montañas, arena, flora y fauna -con la sombra del imponente cóndor- para mostrar la diversidad del paisaje de Chile y concienciar en la necesidad de proteger el planeta.
En este punto, el presidente Boric dejo otra imagen para la historia al parecer acunando en la tribuna a su sobrino León Boric, hijo de su hermano, Simón.
La parte más emotiva y simbólica de la ceremonia arrancó con un grupo que también causó un gran impacto en la memoria y la tradición de chile: la actuación de Los Jaivas, que se hicieron mundialmente famosos con la interpretación de un famoso poema del premio Nobel Pablo Neruda.
Tras ellos, el coliseo se sumió en la oscuridad de la fría pero primaveral noche chilena y Kristel Kobrich ingresó por la escotilla 8 con la flamante antorcha, que entregó a uno de los mitos del fútbol chileno, el delantero internacional y exgoleador del Real Madrid, Iván Zamorano.
Tras un breve recorrido la llama llegó a otras leyendas olímpicas de Chile: Alfonso de Iruarrizaga, plata de tiro en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988; luego a los extenistas Nicolás Massú, doble oro en Atenas 2004; y Fernando González, el deportista chileno con más medallas olímpicas, antes de caer en manos de Lucy López Cruz, medalla de plata en salto de altura en los juegos de Argentina 1951 y primera medallista panamericana de Chile.
Ella, una mujer pionera, fue otro de los símbolos de una noche con numerosos guiños: con 93 años encendió el fuego panamericano, en otro de los momentos emotivos y estelares de la ceremonia, cargado de significado.
A partir de ahí, la fiesta se apoderó de un evento en el que Chile ha puesto todo su capital y con el que pretende mostrarse como una potencia en Sudamérica.
Al escenario se subió primero el mítico grupo chileno “Los Búnker”, seguidos de sus colegas “Los Tres”, que se volvieron a reunir para este evento, y como broche final apareció el colombiano Sebastián Yatra, que sumó un último símbolo: los XX Juegos Panamericanos se celebrarán en 2027 en Barranquilla.