La expresidenta brasileña Dilma Rousseff abandonó hoy Brasilia y partió hacia Porto Alegre, en el sur del país, donde volverá a vivir tras su destitución la semana pasada, que cerró solo un capítulo de una crisis que aún no acaba en Brasil.
Seis días después de perder el mandato para el que había sido reelegida en 2014 debido a un irregular manejo de los presupuestos, Rousseff dejó el Palacio de la Alvorada, la residencia oficial de la Presidencia que hasta ahora había podido ocupar.
En la puerta de la mansión, solo esperaban unos 200 seguidores, que la saludaron con banderas rojas del Partido de los Trabajadores (PT) al grito de «no al golpe» y «fuera (Michel) Temer», por su antiguo vicepresidente y ahora gobernante efectivo de Brasil.
«Dilma sale guerrera, con la cabeza erguida, y el pueblo empieza a ver que hubo una gran injusticia, un golpe que transforma el dolor en resistencia y en lucha», dijo a periodistas el senador Lindbergh Farias, del PT, quien se acercó a despedirse de Rousseff.
La exmandataria casi se cruzó en el aeropuerto de Brasilia con Temer, quien unas pocas horas antes regresó de China, donde asistió a la Cumbre del G20, y ahora se prepara para enfrentar la más grave crisis económica que el país ha sufrido en décadas.
En plena recesión, tras haber caído un 3,8 % en 2015, todas las proyecciones apuntan a que la economía se contraerá otro 3 % este año, con lo que se teme que pueda subir un desempleo que ya afecta a 12 millones de personas y que, con ello, se ahonde la crisis social.
La destitución de Rousseff ha sido resistida por movimientos sociales que no estuvieron muy presentes en los tramos finales del juicio político, pero ahora han tomado las calles de diversas ciudades en los últimos días para desconocer al Gobierno de Temer y exigir un anticipo de las elecciones previstas para 2018.
Activistas de esos movimientos, que preparan grandes protestas para este miércoles, durante las celebraciones del Día de la Independencia de Brasil, se concentraron en Porto Alegre para recibir a Rousseff, pero la lluvia que caía hoy en esa ciudad y un cambio de planes de última hora confundieron a los seguidores de la exmandataria.
El llamado «cariñazo de bienvenida» a Rousseff había sido convocado para el aeropuerto Salgado Filho, el principal de Porto Alegre, pero el avión que llevó a la exmandataria desde Brasilia se desvió hacia la base aérea de Canoas, en las afueras de la ciudad.
Aún así, unas pocas decenas de activistas llegaron a tiempo para darle a Rousseff una muy tibia recepción a la ciudad en que vivió desde 1973, cuando recuperó la libertad después de tres años en la cárcel por su activismo contra la dictadura que gobernaba entonces.
La expresidenta, de 68 años y nacida en Belo Horizonte, hizo su vida política en Porto Alegre, que abandonó a fines de 2002, cuando se mudó a Brasilia una vez que su antecesor y padrino político, Luiz Inácio Lula da Silva, la designó ministra de Energía y Minas.
Tras dos años en ese cargo, fue nombrada titular de la cartera de la Presidencia y en 2010 fue elegida por Lula como su sucesora.
Se impuso en las presidenciales de ese mismo año y pasó a ocupar entonces el Palacio de la Alvorada, en el que residió hasta hoy y que abandonó seis días después de que el Senado la destituyó tras un proceso que ella y sus partidarios tildan de «golpe parlamentario».
En Porto Alegre, Rousseff residirá ahora en un apartamento que posee en la avenida Copacabana de un barrio que lleva por nombre lo que hoy sienten muchos de sus seguidores: Tristeza.
Según ella misma anticipó la semana pasada a corresponsales extranjeros, pretende permanecer en Porto Alegre para estar cerca de su hija y sus dos nietos, aunque también pasará «algunas temporadas» en Río de Janeiro, donde su madre, de 93 años, tiene un apartamento.
En esa misma rueda de prensa, Rousseff aseguró que, al menos por el momento, no tiene «ningún proyecto político» y mucho menos piensa en candidaturas a cargos electivos.
Brasilia, 6 sep (EFE).-