Atrapados en una espiral de droga que no deja de crecer en un país emparedado entre las dos principales regiones productoras de opio de Asia, centenares de miles de niños indios pasan sus días entre papel de aluminio y los vapores de la conocida como «solución» reparadora de ruedas.
Jhanvi Jain atraviesa un viejo pasillo salpicado de carteles que advierten de los peligros de compartir jeringuillas, sube unas escaleras de paredes desconchadas y tira de un cordón suspendido sobre su cabeza; una puerta de rejas se abre ante ella.
La joven terapeuta entra en una oscura habitación al fondo del pasillo, donde un puñado de niños yacen esparcidos por diez literas semivacías. Sólo uno parece estar despierto y rellena taciturno un cuaderno para colorear.
Jain explica que tiene 10 años y que la fiebre, habitual en los niños que luchan por dejar atrás su drogadicción en este centro de rehabilitación de la capital india, le ha impedido acudir a clase esta mañana.
Un piso más arriba, cuatro decenas de sus compañeros corean las letras sentados en el suelo de una habitación.
«Nunca han ido a la escuela, algunos fueron pero olvidaron todo a causa de las drogas», dice a Efe la psicóloga.
Señala orgullosa a uno de ellos, un vivaracho muchacho de 8 años que, a pesar de llevar tan sólo un mes en el centro, ya escribe a la velocidad del rayo.
Se gira para pasarle la goma de borrar a un compañero y en décimas de segundo se vuelve hacia la pizarra con la avidez de quien no quiere malgastar ni un minuto más de su vida.
Huérfano, solía pedir en las calles e inhalar «solución», un líquido en tubo utilizado para reparar ruedas, que se ha convertido en una de las drogas más populares entre los jóvenes por su fácil accesibilidad y bajo coste, apenas 30 rupias o 0,45 dólares, según Jain.
Cerca de un 60 % de los entre 300.000 y 400.000 niños drogadictos que la ONG Sociedad para la Promoción de la Juventud y las Masas (SPYM, en inglés) estima existen en el país, comienzan su andadura inhalando esta y otras substancias similares.
Con el tiempo muchos se pasan a la marihuana y otros, alrededor de un 20 %, a la heroína. Algunos con tan sólo 5 años, puntualiza a Efe Rajesh Kumar, director de SPYM, organización que dirige el centro de rehabilitación.
«Si alguien me pregunta por la inhalación (de ‘solución’) y la heroína, optaría por permitir la heroína», afirma categórico.
La peligrosa substancia en tubo, advierte, restringe el crecimiento del cerebro y «deja al niño vegetal para toda la vida».
No obstante, el precio de la heroína es infinitamente superior, a unas 1.500 rupias o 22 dólares la dosis media diaria, algo más de un gramo, estima.
¿Cómo consigue un niño tal cantidad de dinero?. «De tu bolsillo y del mío», responde Kumar.
Los chiquillos, procedentes en su mayoría de entornos marginales, comienzan pidiendo en las calles y más tarde se pasan a robar carteras u «otros crímenes» para financiar su adicción.
Narra el director de SPYM que los casos de drogadicción en menores se cuentan en centenares de miles en la India, con unos 20.000 sólo en Nueva Delhi, y que el número no ha dejado de crecer durante las últimas dos o tres décadas.
«Una de las razones principales es que la India está situada entre dos zonas productoras de opio. Una se llama el Triángulo Dorado, formado por Laos, Birmania y Tailandia; y la otra es la Medialuna Dorada, que son Afganistán, Pakistán» e Irán, detalló.
Desde la guerra contra los soviéticos en Afganistán (1979-1989) y el consecuente bloqueo de la ruta de los Balcanes, la India se ha convertido en un importante punto de tránsito de la droga a Occidente.
«Un quinto de la población mundial está en la India, así que un quinto de los problemas tienen que estar también en la India», concluye con una sonrisa resignada.
La misma resignación le lleva a reconocer que este decrépito edificio en la zona vieja de Delhi «no es lugar para un niño».
A su espalda, las ventanas enrejadas dejan entrever a un grupo de cabras escalando por los escombros de una casa en ruinas.
Es «natural», afirma, que los internos se quieran escapar y es que, al fin al cabo, estos son niños de la «calle».
Sin embargo, Roshan Singh, de 14 años, asegura sentirse «bien» en el centro que ha sido su hogar durante los últimos tres meses.
Recuerda el día en que fue recogido en un mercado, tras cerca de un año inhalando «solución» con sus amigos del barrio, una actividad que costeaban recogiendo plásticos.
Su compañero Jatin Thapliyal, tres años mayor, mantiene que, de hecho, cuando se recupere de su alcoholismo estudiará hostelería y volverá al centro para trabajar como voluntario.
Pero la realidad es que el 30 % de los chiquillos, indicó Kumar, acabarán volviendo al centro por razones muy distintas.
Noemí Jabois
Nueva Delhi, 1 nov (EFE).-