Contexto
Durante los últimos cuatro años el Gobierno Nacional de Colombia ha sostenido un proceso de negociación con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia Ejército de Pueblo (FARC-EP), con el fin de buscar una salida negociada al conflicto armado que ha mantenido enfrentadas a estas dos partes en los últimos 52 años, si se toma como fecha de inicio el año de fundación de la agrupación guerrillera.
El 26 de agosto del año 2012 se dio inicio a la fase pública de conversaciones gracias al logro de unos mínimos consensos que quedaron plasmados en un documento titulado “Acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”. Este documento permitió a las partes contar con una agenda y una metodología comunes, en torno a lo cual debían girar estrictamente las negociaciones. Dicho acuerdo constituyó un gran avance si se tiene en cuenta que las dos posiciones han sido, a lo largo de la historia, abiertamente antagónicas. De hecho, el modelo adoptado favoreció el éxito de la negociación de manera tal que permitió la suscripción de un acuerdo final, firmado el 26 de septiembre de 2016 con el título “Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera”, y hoy tanto el proceso desarrollado como el texto de dicho acuerdo final se erigen como referentes para cualquier proceso de paz en el mundo.
El acuerdo inicial suscrito en agosto de 2012, contenía un temario de seis grandes puntos, a saber: 1. Política de desarrollo agrario integral, 2. Participación política, 3. Fin del conflicto, 4. Solución al problema de drogas ilícitas, 5. Víctimas, 6. Implementación, verificación y refrendación.
Justamente, en desarrollo de este último punto las dos partes habían convenido ya desde 2012 definir un mecanismo que permitiera someter a consideración popular el contenido integral de los acuerdos, ello con el fin de garantizar mayor legitimidad de lo pactado así como un mejor escenario de gobernabilidad que favorecieran su implementación. No fue sino después de múltiples discusiones que las FARC-EP terminaron aceptando la propuesta del gobierno de realizar un plebiscito como mecanismo de refrendación popular de los acuerdos.
Una vez se realizó el trámite de aprobación correspondiente ante el Congreso de la República y la Corte Constitucional y luego de recibir respuesta positiva por parte de estas dos corporaciones públicas, el Presidente de la República expidió el Decreto 1391 del 30 de agosto de 2016, mediante el cual convocó al pueblo de Colombia para que decidiera si aprobaba o rechazaba el “Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto”. Dicho decreto definió el plebiscito como mecanismo de participación ciudadana a efectos de refrendar los acuerdos alcanzados en la negociación, fijó como fecha de realización del plebiscito el domingo 2 de octubre de 2016, y definió en los siguientes términos la pregunta que sería sometida a consideración de los votantes: “¿Apoya usted el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera?”.
Los resultados de la votación
A la pregunta anterior se podía responder de manera válida marcando solamente una de dos opciones: SI o NO.
De acuerdo con la autoridad electoral de Colombia, la Registraduría Nacional del Estado Civil, los resultados generales en las votaciones del plebiscito, sobre el 99,98% de mesas de votación informadas, fueron los siguientes:
Total de personas habilitadas para votar (TPHV) | 34.899.945 |
Total de votos | 13.066.047 (correspondiente al 37,43% del TPHV) |
Total de votos válidos (VV) | 12.808.858 |
Votos por el NO | 6.431.376 (correspondiente al 50,21% de VV). |
Votos por el SI: | 6.377.482 (correspondiente al 49,78% de VV). |
Votos no marcados: | 86.243 |
Votos nulos: | 170.946 |
Hay varios resultados que ameritan un análisis detenido. El primero de ellos es, por supuesto, que la opción ganadora fue el “NO”, ya que obtuvo por lo menos la mitad más uno de votos válidos. Así las cosas, el principal resultado de la votación en el plebiscito fue la no aceptación de los acuerdos por parte de la mayoría de los votantes.
Este resultado fue inesperado al menos por dos razones. La primera de ellas es que el sentido común dictaba que, a pesar de las críticas promovidas por un sector de la oposición, la mayoría apoyaría los acuerdos ya que ello significaba la terminación definitiva de los hechos de guerra, la confrontación armada y la desarticulación de la organización guerrillera como aparato militar; aspectos que han sido difundidos en la opinión pública como los principales beneficios de los acuerdos de paz. La segunda razón, era el ambiente de optimismo que vivía el país, a juzgar por el cambio de actitud mostrado por los grandes medios de comunicación hacia el conflicto armado y las negociaciones, y el amplio respaldo hacia al proceso por parte de la comunidad internacional, los gremios nacionales y el conjunto de la clase política, dentro de lo cual cabe destacar que solamente un partido y de participación minoritaria en el Congreso, el Centro Democrático, se opuso abiertamente al proceso.
Otro resultado que llama poderosamente la atención es la alta abstención, ya que el 62,6% de los ciudadanos habilitados para votar, no acudió a la votación. Esta cifra es la más alta en los últimos 22 años, hecho que por sí mismo es preocupante para el sistema político colombiano puesto que, habida cuenta de que un rasgo característico de su cultura política es la indiferencia o apatía crónica de los ciudadanos hacia los procesos electorales, refleja el desconocimiento de la enorme importancia del proceso para la vida del país, tanto en el corto como en el largo plazo. La alta abstención también plantea una gran incertidumbre en lo concreto para el proceso de negociación, pues de un lado cuestiona la legitimidad del resultado general del plebiscito respecto de los acuerdos, así como alimenta la esperanza de un mejor escenario electoral, ya que la gran mayoría de la población votante no se manifestó en ningún sentido; escenario en el que las dos campañas tienen un amplio margen de maniobra en una tentativa refrendación futura.
El mapa de los resultados de la votación a nivel nacional muestran que las zonas más aisladas del centro del país (desde el punto de vista tanto geográfico como político), que son a su vez las más impactadas por las acciones bélicas en el marco del conflicto, apoyaron mayoritariamente el “SÍ”, en contraste con los resultados de la región andina (eje del aparato económico nacional) en la que, a excepción de Bogotá y Boyacá, ganó la opción del NO. Dicho apoyo marcadamente mayoritario de las víctimas a favor de los acuerdos se observa con más claridad si se miran los resultados discriminados por municipalidades, donde resalta que aquellos municipios más golpeados por los vejámenes de la guerra obtuvieron votaciones en las que el “SÍ” ganó por amplio margen. Caso emblemático es el de Bojayá, cuya población sufrió una de las peores atrocidades cometidas en el marco del conflicto el 2 de mayo de 2002, y sin embargo, el 96%, votó por el “SI”.
La relación inversamente proporcional entre el potencial votante de una región y su nivel de afectación por causa del conflicto, ha motivado la reflexión respecto de lo injusto que resulta que poblaciones como la de las grandes ciudades que no han sufrido en igual proporción los impactos directos de la guerra, cuya masa electoral es enormemente mayoritaria, termine decidiendo sobre una realidad que afecta fundamentalmente a las zonas rurales.
Otro resultado que vale la pena analizar es el escaso margen de diferencia entre el total de votos por el “SI” y por el “NO”. La diferencia fue de apenas 53.894 votos, lo que significa que ninguna de las dos opciones se impuso de manera rotunda. Ello puede ser interpretado en dos sentidos. Uno positivo, en la medida en que se hace evidente que existe un apoyo masivo, si bien técnicamente no mayoritario, al proceso de negociación, lo cual representa el respaldo por la búsqueda de la salida negociada al conflicto; escenario que era impensable hace pocos años y cuyo tema ha hecho girar el debate presidencial en los últimos 16 años. También representa un apoyo significativo al contenido específico de los acuerdos cuyos alcances son tan importantes para el país, pero tan ajenos para el ciudadano del común, que constituye un logro mayúsculo haberlos posicionado favorablemente en una parte importante de la opinión pública.
Por otra parte, se puede interpretar en sentido negativo, ya que ninguna de las dos campañas fue capaz de conquistar una mayoría contundente, lo cual refleja que no resulta evidente e indiscutible para una buena parte de ciudadanía en general que el camino adoptado es el más conveniente a seguir; ello resulta inconcebible si se tiene en cuenta que lo más sensato en cualquier conflicto, y más aún en una guerra cruenta como la colombiana, sea la concertación. Sin embargo, valga decir que esto último ha sido también producto de circunstancias distintas a las bondades del proceso en sí mismo.
En cuanto a los resultados de las votaciones en el exterior con un total de 99,34% de mesas informadas arrojan que el 54,13% votó por el “SÍ” (correspondiente a 44.801 votos), frente al 45,86% que votó por el “NO” (correspondiente a 37.955 Votos); resultado levemente distinto al total nacional territorial. Sin embargo, la abstención en el exterior fue mucho más alta con una participación tan sólo del 13,85%, que, de acuerdo al censo electoral vigente, corresponde a 82.996 personas de 599.026 habilitadas para votar.
Razones que explican la decisión por el NO
El primer rasgo del escenario poselectoral más visible e inmediato es el mantenimiento de dos posiciones enfrentadas para abordar los resultados del plebiscito; escenario en el que cada óptica asumida responde a la posición adoptada previamente respecto del proceso de paz. Esta situación sólo da continuidad a la polarización de la opinión que ha vivido el país respecto del actual proceso de paz ahora vertida respecto de lo ocurrido con el plebiscito. Así las cosas, quienes tenían una actitud a favor del plebiscito ven el resultado como algo negativo producto de desaciertos y deficiencias propias, así como de la mala fe de la oposición. Por su parte, quienes tenían una posición contraria al plebiscito, ven el resultado como positivo, como la detención de una conspiración maligna, o cuando menos, como una oportunidad para mejorar radicalmente lo alcanzado, y como producto de un despertar de la conciencia política ciudadana que pudo formarse una voluntad popular desprendida del oficialismo.
No obstante, la simplificación anterior, existe un plexo amplio y extremadamente variado de posiciones de distinto cuño que se hace difícil encuadrar, particularmente entre la opinión calificada que hace balances mucho más ricos, complejos y prospectivos.
Existe un sector menos manifiesto pero perceptible, compuesto por aquellos que no votaron, o incluso que optaron por el NO, que sienten resaca e inconformidad con el escenario político luego del resultado de las votaciones; así como también hay quienes respaldaron el SI y a pesar de la derrota son optimistas respecto de lo que podría venir. Esta reducción de la polarización y refortalecimiento del ánimo dialogante y la convergencia ha venido creciendo gradual pero sensiblemente en reacción a la desolación en que quedó en el ambiente social y la necesidad urgente de reconstrucción para de salir del limbo en que quedó el país.
En todo caso, difícilmente se podrá encontrar casos en que se haga una lectura específica o aislada del proceso de paz y los acuerdos alcanzados que se no se dependa de la lectura global sobre la realidad y la historia política colombiana. Es por ello que la votación del plebiscito no dependió ni versó, para mal o para bien, ni exclusiva ni principalmente sobre los acuerdos firmados por las partes.
Como sea, el país aún no sale del estupor causado por el inesperado resultado. Tanto los partidarios del “NO” como los del “SI” hemos quedado desconcertados. Esto se hace evidente, incluso para la oposición, ya que como lo ha manifestado el propio Juan Carlos Vélez, gerente de la Campaña por el No en el plebiscito, el resultado en los comicios lo tomó por sorpresa y sólo hasta las 5:30 p.m. del domingo supo que buscar que “gente saliera a votar verraca”, funcionó (ver entrevista en el Diario La República del 5 de octubre de 2016). La actitud del Centro Democrático, el único partido político que promovió el NO, también demostró que no estaban preparado para un escenario en el que saliera victorioso, a juzgar por su comportamiento errático después de que se conociera el resultado y por no contar con un plan a seguir, ni propuestas generales o concretas para aportar al proceso en lo que sigue.
Se ha insistido y con mucha razón, en comparar lo acontecido con el proceso vivido por Reino Unido con el Brexit, ya que comparten características similares, a saber: una diferencia marginal en resultado final de la votación, la poca información de los ciudadanos sobre las consecuencias de la decisión sometida a consideración, el profundo impacto político y económico negativo acaecido por efecto del resultado en la votación, la no necesidad desde el punto de vista jurídico de celebrar una votación popular para sostener una decisión del ejecutivo, la campaña de la oposición adelantada sobre la base de mentiras y desinformación, la inexistencia de una hoja de ruta para seguir adelante en la situación abocada, y aun, la actitud poco constructiva y propositiva del principal promotor de la decisión finalmente adoptada.
Un factor que influyó en la victoria del NO fue el exceso de confianza por parte de los partidarios del “SI”, lo cual aplica tanto para el gobierno como para los ciudadanos. El exceso de confianza estuvo fuertemente influenciado por los resultados presentados en los sondeos de opinión por parte de las empresas encuestadoras, ya que la totalidad de encuestas publicadas en las semanas anteriores a la votación, presentaron el “SÍ” como la opción mayoría y por amplio margen. Las siete empresas encuestadoras conocidas en el país (Ipsos Napoleón Franco, Centro Nacional de Consultoría, Cifras & Conceptos, Invamer Gallup, Encuesta de Opinión Nacional, Datexto, Guarumo, EcoAnalítica y Polimétrica) dieron como ganador al “SI” y con ello terminaron influenciando de manera significativa a las respectivas campañas y a los votantes. En cuanto a las campañas, hizo que los del “SI” dieran por descontado el triunfo y relajaran excesivamente sus esfuerzos por promover el respaldo masivo, a la par que provocó un refuerzo en la campaña del NO y un reacomodamiento de su estrategia.
Otro factor que pesó considerablemente en la votación fue la mala imagen del gobierno ante la opinión pública. Ya para el año 2014 su imagen había decaído ostensiblemente de manera que para alcanzar su reelección fue necesario el respaldo de terceras fuerzas políticas que tradicionalmente han estado en la oposición y que sólo lo acompañaron en la relección con el fin exclusivo de sacar adelante el proceso de paz. Sin tal apoyo de fuerzas políticas alternativas e independientes, por ejemplo y principalmente del espectro de la izquierda política nacional, representada entre otros por el Partido Polo Democrático, El Movimiento progresista, la Marcha Patriótica, el caudal de votos habría sido insuficiente para lograr su reelección. Esta dependencia de votos provenientes de terceras fuerzas (es decir, distintas a su coalición de gobierno, conocida como la Unidad nacional) demuestra que luego de primer periodo constitucional de gobierno el Presidente Santos ya no contaba el mismo respaldo popular en comparación con su primera elección.
Una evidencia más de lo anterior es el estrecho margen con el que obtuvo la reelección frente a su principal contendor, justamente un candidato del Centro Democrático, partido que desde entonces se ha opuesto a los desarrollos del proceso de negociación con las FARC-EP. Recodemos que para su relección fue necesario realizar una segunda vuelta electoral, ya que en la primera no obtuvo la votación suficiente para ser elegido de manera directa, y en la segunda fue elegido con apenas el 50.90%.
Más recientemente, la encuesta dada a conocer una semana antes de la jornada del plebiscito, mostraba que la imagen del presidente había bajado al 36% de aprobación frente a 61% de desaprobación. Este nivel de popularidad, el más bajo en su historia como presiente, es atribuible tanto a sus propias ejecutorias (por ejemplo, al manejo dado frente a los paros de campesinos y camioneros), como a la campaña de desprestigio organizada por la oposición (en la que se destaca la más reciente movilización contra la “ideología de género”; una iniciativa que a pesar de carecer de fundamentos movilizó millares de voluntades contra el gobierno).
A lo largo de todo el proceso de negociones los sectores independientes al gobierno y el uribismo ha insistido en que es un error de concepción, pero que ha sabido canalizar astutamente la campaña por el “NO”, vincular en el imaginario colectivo el actual proceso de negociaciones con la imagen del gobierno, de manera que se ha dado a entender erróneamente que lo que sucede con el proceso atañe exclusivamente al gobierno. Sin embargo, es más acertado y conveniente entender que lo que pase con el proceso de paz es un asunto que compete a todos y que el gobierno sólo juega un papel de mediador en virtud de sus atribuciones institucionales, puesto que lo que está en juego supera los intereses y capacidades partidistas y la dinámica política convencional.
Con todo, la razón fundamental de los resultados de la votación en el plebiscito se encuentra detrás de la estrategia de comunicación de las dos campañas.
La campaña del SÍ se centró en la divulgación del contenido del texto de los acuerdos, en la convicción de que su lectura permitiría despejar las dudas y prevenciones que se habían planteado sobre los alcances de lo pactado. Si bien esta estrategia estuvo muy bien intencionada porque pretendió darle transparencia y altura a la discusión pública, tuvo un error de cálculo puesto que no supo responder a los retos que planeaba el contexto de cultura política del país caracterizada por el prejuicio, la apatía y desconfianza crónica hacia los procesos políticos. Sumado a lo anterior no ayudo la extensión y densidad del texto ni los hábitos de lectura de la población.
El texto de los acuerdos sometido a la consideración pública es un documento largo de 297 páginas elaborado con letra pequeña y espaciado sencillo; redactado con un lenguaje especializado y una retórica jurídico-política, como cabría de esperarse de un documento de dicha naturaleza. Por su parte, los colombianos tienen pésimos hábitos de lectura, pues como lo expone el estudio del DANE de 2014, sólo el 28.7% lee al menos un libro al año, mientras que el 55.9% no lee porque no le gusta o no le interesa. Así las cosas, era muy poco probable, como en efecto ocurrió, que el grueso de la población leyera el texto de los acuerdos en un lapso de un mes y una semana, y mucho menos probable aún, que basara su decisión sobre su consideración concienzuda.
Por su parte la campaña del NO estuvo basada en hacer propaganda negra a partir de la combinación de desinformación y manipulación de la emocionalidad a través de las redes sociales y servicios de mensajería instantánea. Este hecho se hizo evidente para todos aquellos que participamos de dichos medios quienes tuvimos que convivir con una la circulación constante de ideas e imágenes deformadoras y malintencionadas respecto de la negociación. La estrategia de propaganda negra quedó confirmada por lo manifestado por Juan Carlos Vélez, gerente de la campaña del NO en entrevista al Diario La República en la que afirmó que “la estrategia era dejar de explicar los acuerdos para centrar el mensaje en la indignación”.
LR: -La campaña del Sí fue basada en la esperanza de un nuevo país, ¿cuál fue el mensaje de ustedes?
JV- La indignación. Estábamos buscando que la gente saliera a votar verraca.
LR- ¿Por qué tergiversaron mensajes para hacer campaña?
JV- Fue lo mismo que hicieron los del Sí.
Esta declaración ha causado revuelo en el país y probablemente traerá consecuencias políticas y judiciales.
La estrategia de desinformación y manipulación de emociones primarias como el miedo, el odio y el resentimiento, la constituyen piezas comunicativas que circularon profusamente a través de las redes, tales como textos, imágenes y videos que fueron deliberadamente elaborados con el fin de distorsionar la realidad e impactar emocionalmente con el fin de obnubilar el juicio. Esta estrategia funcionó porque se sirvió del morbo y la ignorancia que prescinden de la exigencia de la reflexión y en cambio no requieren de mayor elaboración discursiva para su asimilación. El escenario estaba servido para semejante coctel.
Una muestra son las imágenes editadas (incluyendo videos y películas de cine) que acompañados de una leyenda puntual se hicieron pasar por ciertas. Aunque la galería de recursos fue muy amplia y variada, el repertorio incluyó cosas que van desde la tergiversación y descontextualización, hasta la franca invención; por ejemplo, que el proceso se trataba de una conspiración “castro-chavista”, que los acuerdos iban a permitir la imposición del comunismo, el ateísmo y la homosexualidad, que los guerrilleros recibirán cifras astronómicas de compensación, que el acuerdo garantizaba la impunidad, y otros tantos despropósitos más.
El escenario aún es muy reciente y el resultado del plebiscito ha traído como consecuencia una mayor incertidumbre sobre el futuro, de manera que hay muy poca claridad sobre lo que pueda pasar en lo venidero. Sin embargo, múltiples expresiones del establecimiento político, así como de la sociedad civil permiten vislumbrar que el proceso de negociación no está acabado, que los acuerdos pueden ser rescatados y que se barajan algunas alternativas de solución. Poco a poco se irán decantando las fórmulas y los escenarios, pero hay serios indicios que nos permiten soñar con que la paz no tiene reversa.
Por: José Ricardo Sánchez Torres