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La justicia fue peor que la injusticia para una mujer en Afganistán

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Mumtaz fue la víctima de un conocido ataque con ácido ocurrido en 2011

Fue una victoria legal poco común en la lucha por los derechos de las mujeres en Afganistán, porque su caso se convirtió en una prueba de que las víctimas podían obtener justicia.

Sin embargo, a Mumtaz, obtener justicia le ha costado muchas tragedias. El mes pasado quedó viuda porque los parientes de sus agresores asesinaron a su esposo. Cuando le llevaron el cuerpo de su marido buscó con desesperación en sus bolsillos y sólo encontró 2000 afganis (cerca de US$28), la única suma de dinero que le dejó.

Su segunda hija nació hace unos días de forma prematura, un mes antes de lo esperado, pero es una bebé saludable. “No hubo alegría durante su nacimiento. Durante dos días ni siquiera la pude ver”, dijo Mumtaz, quien sólo utiliza un nombre, como muchos afganos que viven en las zonas rurales.

La mayor parte de su familia, incluidos sus padres y hermanos, están en un campo de refugiados en Turquía y no pueden enviarle nada para ayudarla. Mumtaz vive con los familiares de su esposo que también son muy pobres y ahora no pueden trabajar en los campos por temor a que los maten.

Incluso si alguien quisiera ayudar, los insurgentes talibanes han logrado que la zona de Kunduz sea intransitable. En consecuencia, tanto los grupos de asistencia como los funcionarios gubernamentales no han podido visitar la región.

Este es el triste resultado del esfuerzo afgano por eliminar la violencia contra las mujeres, una iniciativa que fue muy celebrada en su momento. La situación de Mumtaz demuestra la dificultad que supone proteger a las mujeres en un escenario de conflicto continuo, donde la inseguridad crónica se traduce en el uso de la violencia para que se cumplan las prerrogativas masculinas.

Mumtaz fue la víctima de un conocido ataque con ácido ocurrido en 2011. El líder de una milicia progubernamental de esa época aseguraba que se la habían prometido como esposa y se enfureció cuando ella decidió casarse con otro hombre. Junto a otros miembros de su milicia, el hombre decidió arrojar ácido sobre Mumtaz, sus dos hermanas adolescentes y su madre. El ataque le provocó lesiones graves a Mumtaz, cuyo rostro quedó desfigurado.

A pesar de lo terrorífico de la situación, ella y su familia al menos consiguieron algo de justicia cuando se castigó ese acto que normalmente habría quedado impune. Las autoridades intervinieron: utilizaron sus facultades recién otorgadas y sentenciaron severamente con base a la Ley de Eliminación de la Violencia contra las Mujeres de ese país. Arrestaron a cuatro cómplices del líder de la milicia y los condenaron a 12 años de cárcel sin opción de libertad condicional.

Mumtaz y una de sus hermanas fueron enviadas a la India para someterse a cirugías de reconstrucción facial. A pesar de que su peor temor era que su prometido ya no la quisiera, se casaron cuando regresó. Tres años más tarde nació su hija Asma.

Hace cinco meses atraparon y condenaron a Naseer, el pretendiente desdeñado que comandó el ataque en 2011 y ahora enfrenta una larga sentencia tras las rejas. Fue entonces cuando la suerte de Mumtaz se torció. Sus dificultades muestran el escaso control que tiene el gobierno en muchas zonas de Afganistán.

El pueblo de su familia está ubicado en la provincia rural de Kunduz, que se desbordó de talibanes, y los milicianos de Naseer se unieron a los insurgentes. Muchos de los grupos armados afganos cambian de bando dependiendo de la organización que domine la zona.

El padre de Mumtaz, Sultan Mohammed, se rehusó a aceptar el pedido de los parientes de Naseer de retirar los cargos en su contra y en contra de sus hombres, así que secuestraron a su hermano mayor, que fue liberado después de que intervinieran los ancianos del pueblo.

Cuando Mumtaz se embarazó de nuevo a inicios de este año, ella y su esposo hablaron con emoción sobre los posibles nombres del bebé: él escogió Amir Khan, en caso de que fuera niño, y dijo que ella podría decidir el nombre si era niña.

No obstante, hasta el momento, la niña no tiene nombre. Mumtaz dijo que no había podido escoger uno porque estuvo demasiado desconsolada por el hecho de tener que alimentar a otro bebé. Por eso las enfermeras en el hospital le dieron un sobrenombre temporal: Husna.

Mumtaz contó que el mes pasado su esposo regresaba a casa de su trabajo como taxista cuando el hermano de Naseer, Zabih, y otro hombre, Baba, lo detuvieron, lo sacaron del auto y lo golpearon con las culatas de sus rifles hasta matarlo. Los dos hombres enfrentan cargos de homicidio, pero no han sido arrestados porque las autoridades no pueden visitar la zona por la inseguridad.

Hoy Mumtaz se lamenta de haber presentado los cargos en contra de sus agresores. “Me arrepiento de no haberles dado el perdón antes de que mataran a mi esposo”, señaló. “Rogaron para obtenerlo, pero tardamos en dárselo, y eso le costó la vida a mi esposo”.

Incluso antes de que naciera la nueva bebé, su padre aseguraba que no había esperanza para la situación de su hija. “No sé cómo soportará todo eso”, comentó. “Su familia política no es capaz de vengarse o de protegerla; es gente muy pobre. Ella necesita escapar de alguna manera”.

Una noche hace poco, los asesinos de su esposo volvieron al pueblo y estuvieron tocando las puertas para encontrar a los familiares de Mumtaz.

Al principio, la oficina de Women for Afghan Women en Kunduz se involucró en el caso de Mumtaz y financió su cirugía plástica.

“Su caso es uno de los más antiguos”, afirmó Shamila Sahibzada, directora provincial de la organización. “Nos gustaría poder protegerla, pero por desgracia no tenemos acceso a ella”.

La policía dijo que intentarán rescatarla, pero no podrán hacerlo hasta que terminen los enfrentamientos en la zona, los cuales ya llevan más de dos años.

Mientras tanto, Mumtaz se ha quedado sin esperanzas. Dijo que se le habían terminado las medicinas para tratar el dolor crónico que le dejaron algunas de las heridas que le provocó el ácido, las cuales le afectan el cuerpo y el rostro.

Lo único que le dejó su esposo, además de los US$28 y la leche en polvo, fue una alfombra para dormir. “No me queda nada más de él, pero lo amo”, dijo Mumtaz. “Es muy difícil vivir así. No tengo a nadie con quien compartir mi dolor. No sé cómo será el futuro para mis hijas”.

Por: Rod Nordland  y Jawad Sukhanyar

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