La desesperación crece entre la población de la franja de Gaza, que sólo cuenta con doce horas de electricidad al día, después de que la compañía eléctrica local se viera obligada a cerrar parcialmente la principal planta abastecedora por una severa escasez de combustible.
La escasez, que provoca prolongados apagones diarios, se origina esta vez en las dificultades del gobierno de Hamás para afrontar la factura energética, mucho más cara desde que Egipto destruyera un 90 por ciento de los túneles de contrabando en Rafah y se suspendiera la importación de diesel subvencionado.
Ahora, deben comprar el combustible a Israel al precio de consumo en este país, más del doble que el que pagaban por el egipcio.
«La gente se indigna con los trabajadores cuando cortan la electricidad en algunos de los barrios», dijo a Efe el ingeniero Mohamed Lubad, de 40 años, trabajador de la única central eléctrica de Gaza.
Hasta finales del mes pasado se producían cortes de ocho horas, pero ahora se han extendido a hasta doce, dejando a un millón y medio de personas a merced de la luna y, los más privilegiados, de pequeños generadores domésticos.
Lubad, padre de siete hijos, explicó que hay una severa escasez y que, en estas circunstancias, no les queda más remedio que recurrir a medidas drásticas.
Gobernada por Hamás desde 2007, la franja sufre problemas cíclicos de desabastecimiento desde 2006, cuando Israel destruyó partes de la central eléctrica tras el secuestro del soldado Guilad Shalit, canjeado cinco años más tarde por un millar de presos palestinos.
Una vez reparada, y por mera conveniencia económica, el gobierno islamista ha estado comprando estos últimos años una gran parte de su combustible a contratistas egipcios, que lo vendían a precio doméstico y, por tanto, muy por debajo del que la Autoridad Nacional Palestina (ANP) consigue de Israel, su único proveedor.
La factura energética era después trasladada a Hamás para su pago a la ANP, acusada por los islamistas de cobrarles un desorbitado precio, sujeto a todo tipo de impuestos.
Suspendida parcialmente la actividad eléctrica en la planta, que ahora sólo produce 60 megawatios, Gaza cuenta también con la electricidad que le venden Israel y Egipto a través de sus redes de alta tensión, 120 megawatios en el primer caso y 20 en el segundo.
El enclave mediterráneo requiere 300 megawatios para salir de la oscuridad.
Aislado por el cambio de régimen en Egipto el pasado mes de julio, y por la decisión de El Cairo de destruir los túneles de contrabando por creer que servían de paso a terroristas islamistas en el Sinaí, el gobierno de Hamás también se ve severamente castigado por una reducción considerable en sus ingresos, lo que hace más cuesta arriba la factura energética.
Hatem Eweida, director del Ministerio de Economía en Gaza, reveló a finales de octubre que el gobierno pierde mensualmente 230 millones de dólares (172 millones de euros) por la nueva política egipcia.
Una medida que afecta al descontento social porque las previsiones ya hablan de que el desempleo podría llegar al 43 por ciento por la ausencia de esa y otras materias primas.
Entre las que más escasean están las requeridas para la construcción, que Israel se negaba a entregar a Hamás por su doble uso civil y militar.
Hace unos meses, el Gobierno israelí autorizó por primera vez en seis años la exportación a Gaza de esos materiales, pero el descubrimiento hace dos semanas de un sofisticado túnel desde la franja a Israel, construido por milicianos con la supuesta intención de adentrarse en territorio israelí, volvió a interrumpir el suministro.
El argumento fue que las más de 500 toneladas de hormigón y acero empleadas en el túnel bien podrían haber sido utilizadas con fines civiles.
El cierre de túneles de contrabando con Egipto también está afectando al combustible de uso privado y generando una sensación de desesperación.
«Ahora ya ni siquiera puedo encender el pequeño generador porque en las estaciones de servicio de toda la zona no hay combustible, así que recurrimos a linternas recargables o velas para iluminar la casa y que los niños puedan estudiar por la noche», se lamenta Lubad.
Para Usama al Sooq, de 24 años, la crisis energética en Gaza se ha convertido en «una tonta y aburrida serie (de televisión) turca (telenovela)».
Los apagones afectan a todos los aspectos de la vida.
«Cada vez es peor. Está perjudicando seriamente a mi negocio», se queja Montaser Omar, un comerciante de 42 años, mientras que organizaciones internacionales advierten de que el cierre de la central eléctrica afectará eventualmente a los servicios básicos, entre ellos hospitales, clínicas, desagües y abastecimiento de agua.
Saud Abu Ramadan / Gaza, 9 nov (EFE).-