Si hay algo que deberíamos tener en claro, aun cuando el frente entre rusos y ucranianos sigue vivo, es que en las guerras siempre pierden todos. Más allá de cómo terminen las historias, y que al final haya un bando de vencedores y otro de vencidos, la verdad es que nunca hay un triunfador.
Parece increíble que, a estas alturas de la vida, cuando se supone que somos ciudadanos más civilizados, en teoría, sigamos queriendo resolver conflictos, y más aún de índole religiosa, con bombardeos y asedios a civiles inocentes.
Si bien ha sido el pueblo israelí quien ha recibido el ataque en esta ocasión, no es justo acusar y perseguir a ciudadanos palestinos, que son tan inocentes en este juego de ajedrez como las vidas de los jóvenes que fueron asesinados y secuestrados en aquella celebración o de las víctimas de los bombardeos sufridos ese mismo día en la frontera con Gaza.
Ninguna lucha justifica el asesinato de civiles, sea cual fuere su religión o postura política, y acusar a unos por otros no nos hace un favor como humanidad. He tenido la fortuna de trabajar y convivir con palestinos e israelíes, o con personas con familiares en ambas naciones, y sé muy bien de la bondad que habita en los corazones de ambos pueblos.
No nos dejemos engañar: un grupo terrorista no representa ni será emblema de ninguna comunidad. Secuestrar y asesinar a mansalva sólo es el comportamiento de individuos que no saben convivir con el mundo que les rodea, y señalar a quienes comparten etnicidad con estas personas no ayuda en nada a las víctimas de todo este caos.
Mi corazón, lleno en estos momentos de dolor, se une a la pena de ambas naciones, porque Hamas no puede representar a nadie, sólo a sus propios intereses políticos y mezquinos. Esperemos que con el devenir de los días se detenga esta locura, porque, aunque ya no se pueda devolver la vida a las víctimas, al menos debemos anhelar y luchar para que la justicia internacional siente ante un tribunal a los grandes responsables de esta masacre.
Yo creo en un Dios que es amor, que es misericordia infinita, que es el obrador de milagros que, con paciencia, está allí para escucharnos y amarnos incondicionalmente, que no juzga ni es intolerante.
En Él confío; una vez más, que se haga el milagro.
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