El británico Andy Murray acabó con la maldición que le perseguía en Wimbldon desde hacía un lustro en una edición del torneo en la que su parte del cuadro, a priori más ardua de lo normal, quedó despejada como por arte de magia en las primeras rondas.
El español Rafael Nadal, que llegaba a Londres dos semanas después de entrar en la historia como el único tenista ganador en ocho ocasiones de un gran torneo (Roland Garros), cayó por primera vez en su vida en la ronda inicial, mientras que el suizo Roger Federer, siete veces campeón en el All England Club, dejó helado al público de la pista central al quedar fuera en el segundo partido.
Así las cosas, el escocés transitó hasta la final por un cuadro en el que el tenista de mayor rango que se cruzó en su camino antes del partido decisivo fue el ruso Mijail Youzhny, vigésimo cabeza de serie, que cayó en tres sets ante el número dos del mundo.
Eso no quiere decir que Murray no haya pasado apuros durante el campeonato: el español Fernando Verdasco, número 54 de la ATP, disputó en cuartos de final un encuentro digno de un tenista de las primeras posiciones del ránking y puso en verdaderos aprietos al escocés, que tuvo que apretar los dientes para remontar dos sets en contra.
Sin importar las dificultades que se presentaran, este año no había forma de acabar con Murray en Londres: los cabalistas del deporte tenían claro desde el principio que este iba a ser el año en el que el trofeo de Wimbledon por fin se quedaría en casa desde que el legendario Fred Perry lo lograra por última vez en 1936.
En el séptimo día del séptimo mes del año, 77 años después de la última victoria británica en el All England Club -sin contar la de Virginia Wade en el cuadro femenino, en 1977-, el escocés parecía estar predestinado a la victoria.
El último que se atragantó con la racha de fortuna del escocés fue Djokovic, que perdió su segunda final de Grand Slam consecutiva ante un Murray que parece dispuesto a convertirse en la bestia negra del serbio.
En el pasado Abierto de Estados Unidos, el número uno ya había sufrido ante la inspiración del británico, que en los últimos tiempos se ha deshecho del papel de víctima con el que solía llegar a las fases finales de los grandes torneos y ha sabido adoptar la mentalidad de los ganadores.
Ya no le importa ir 1-4 por debajo en el set, 15-40 por detrás en el juego: continúa luchando todas las bolas como si aún tuviera opciones de ganar el parcial y, por perseverancia, lo acaba ganando.
En esta ocasión fue Djokovic quien se desesperaba en la pista central de Wimbledon y abroncaba al juez de silla cuando no veía alguna bola clara, mientras que Murray, aún siendo consciente de que el Reino Unido se había detenido para verle jugar, no acusó la presión y mantuvo la cabeza fría hasta la cuarta bola de partido, cuando pudo por fin celebrar una victoria que se le había escapado de las manos los últimos años.
El escocés dejó atrás tres semifinales consecutivas cayendo sobre la hierba de Londres y una final, la de la año pasado, en la que Federer le pasó por encima camino de su séptimo Wimbledon.
Más allá de la victoria del escocés y de la sorprendente eliminación de algunos de los máximos favoritos, el torneo sobre hierba deja en el recuerdo de los aficionados uno de los mejores partidos que ha ofrecido Juan Martín Del Potro.
En una semifinal cuyo juego alcanzó probablemente mayor altura que el de la final, el argentino se ganó el respeto de la pista central de Wimbeldon en un duelo a cinco sets ante Djokovic casi tan memorable como la gesta de Murray.
Guillermo Ximenis/Londres, 8 jul (EFE).-