Una estatua a tamaño real de Ernesto «Che» Guevara con su boina en la cabeza y un habano en los labios pisa una bandera estadounidense a la entrada de un curioso bazar en Buenos Aires que entre cientos de cachivaches mantiene en un rincón lo que queda del único museo dedicado al guerrillero en la ciudad.
Eladio González, más conocido como «Toto», es un argentino de 73 años declarado enamorado del pueblo cubano y dueño de un pintoresco local en el barrio porteño de clase media de Caballito donde se venden y compran todo tipo de artefactos usados que llenan las paredes, ocupan el suelo y cuelgan hasta del techo, sin apenas dejar espacio para moverse.
Allí, González rinde su particular homenaje al icono revolucionario rosarino (1928-1967) en una vitrina en la que muestra secretos e imágenes de su vida privada, así como una réplica de la motocicleta de Alberto Granado sobre la que ambos amigos recorrieron Latinoamérica, carteles, medallas, chapas y varias curiosidades.
Hay también un diminuto frasco con tierra de La Higuera, la localidad boliviana donde el «Che» fue fusilado, y otro con arena de la Bahía de Cochinos, donde en 1961 tuvo lugar la fallida invasión estadounidense de la isla en la que dos años antes Fidel Castro había tomado el poder.
Todo ello está rodeado de numerosos recuerdos del primer museo suramericano del «Che», que montó él mismo junto a su inseparable mujer, Irene Perpiñal, en 1996, a pocas calles del bazar.
Aquel lugar funcionó como punto de encuentro de «gente común» de todas las ideologías que quería ayudar a Cuba hasta 2002, año en el que se vieron obligados a cerrarlo por la convulsa situación política y social que atravesaba Argentina.
La historia del origen del museo se remonta a 1992, cuando el matrimonio viajó a Cuba y González fue a donar sangre para un joven policía, un hecho que emocionó a los cubanos, quienes comenzaron a escribirle cartas agradeciéndole su desinteresado gesto.
«Me agradecían porque les hacía acordar a Ernesto ‘Che’ Guevara» y después de más 1.000 mensajes «yo ya estaba saturado: me habían lavado el cerebro, me habían hablado tanto» de aquel revolucionario argentino que «no pude evitarlo» y «decidí montar el museo», cuenta González en una entrevista con Efe González mientras luce orgulloso una camiseta con la bandera cubana y una chapa con la argentina.
Aunque él no lo había conocido ni había leído sus ideas, estaba «enamorado del amor del pueblo cubano» hacia el «Che» y de la «entrega» de aquel extranjero incansable «para la felicidad de ellos».
Rodeado de vinilos, libros, figuritas, vajillas, instrumentos musicales, juguetes y unas cuantas rarezas -como las siniestras caretas del presidente argentino, Mauricio Macri, o su predecesora, Cristina Fernández-, a González le brillan los ojos cuando habla de Guevara, a quien define como un «filósofo» dedicado a quienes no tenían nada y al que solo le movía «el amor».
«No se ponía guantes para tocar a un enfermo de lepra (…), no pensaba su vida para sí porque había acertado: nuestra vida no es nada si no la damos a los demás», asevera.
Por eso, al cerrar el museo vio necesario trasladar parte de lo que albergaba a su local para tratar de «no finalizar la memoria» del guerrillero. El resto de los elementos, sobre todo los de mayor valor, permanecieron en un depósito durante cuatro años hasta que decidió donárselos a las Madres de Plaza de Mayo, que hasta hoy, los mantienen guardados.
Al preguntarle por el icónico retrato realizado por Alberto Korda del rostro del «Che», la imagen más reproducida en la historia de la fotografía, González no puede evitar negar con la cabeza y admitir que de joven «nunca» le gustó porque la veía siempre en las manifestaciones y aquel imperturbable semblante le «aterraba».
Sin embargo, su visión cambió cuando descubrió que la foto había sido tomada el 5 de marzo de 1960, día en que el guerrillero se asomó a un palco ante el cortejo fúnebre realizado por el centenar de muertos en un atentado a un barco en el puerto de La Habana, ocurrido un día antes.
«Si uno lo sabe mirar, esa foto es el rostro de la tragedia, el rostro de la brutalidad, el rostro de ver consumado una cosa antihumana como es un atentado terrorista», apunta.
González cree que en muchas ocasiones la historia del «Che» ha sido manipulada y considera que cuando se lo tilda de criminal o asesino, el objetivo es «no dejar progresar los sentimientos de millones de Guevaras que existen en el mundo» y lograr que la juventud no aprenda de alguien que es «peligrosísimo» porque «enseña el amor».
Para él, «el revolucionario» es aquel que no puede evitar «indignarse con el golpe que le den en la mejilla a cualquier ser humano, en cualquier lugar del mundo». «Ese era Guevara», sentencia.
Irene Valiente
Buenos Aires, 2 oct (EFE).-