Una lámina plástica pegada en una pared con los nombres de las 35 personas asesinadas por las FARC la noche del 23 de enero de 1994 es el único recuerdo visible de una de las peores matanzas perpetradas por esa guerrilla, la de La Chinita, una calle de la ciudad colombiana de Apartadó.
Pero en La Chinita, un barrio de gente pobre en el que las calles son de tierra y en época de lluvias un lodazal, todos recuerdan lo que pasó aquella noche, bien sea porque lo vivieron o porque, en el caso de los más jóvenes, han escuchado los relatos de los mayores.
«Yo recuerdo muchas cosas porque el hijo de la vecina mía… a él lo mataron, era el ‘discónomo’, el que estaba poniendo la música. Esa noche había una fiesta», explica a Efe Alba Rosa Gómez, una ama de casa del barrio Obrero de Apartadó, del que hace parte el sector de La Chinita.
En un acto de pedido de perdón celebrado este viernes en la ciudad, el jefe negociador de las FARC en los diálogos de paz, Luciano Marín, alias «Iván Márquez», afirmó que «jamás debió ocurrir lo ocurrido en aquella noche» y al referirse a los 34 hombres y la mujer asesinados, reconoció «su inocencia y su amor por la vida».
Las víctimas, reunidas en una calle que hoy lleva la nomenclatura 103B, participaban en una fiesta para recolectar fondos para el inicio del año escolar, y hasta ahí llegaron guerrilleros del V Frente de las FARC que abrieron fuego contra los presentes.
«Ellos (los guerrilleros) no dijeron nada… Eso fue de una vez pum, pum», afirma la mujer, y agrega que los atacantes «se metieron unos por allá y otros por acá (señalando los dos extremos de la calle)» para impedir que la gente escapara.
Enseguida se pregunta: «¿Por dónde iban a correr?, la gente no tenía por dónde correr».
El resultado no pudo ser más trágico: 35 muertos y 17 heridos cuyo único pecado fue estar en una fiesta comunal a la que llegaron los de las FARC en busca de desmovilizados de la guerrilla del Ejército Popular de Liberación (EPL) que habían dejado las armas casi tres años antes y formado el partido político Esperanza, Paz y Libertad (EPL).
«Dentro de la casa encontraron al muchacho, al ‘discónomo’, y aquí afuera esto estaba lleno de muertos, uno pasaba brincando por encima de ellos», dice Gómez señalando el piso frente a la vivienda donde comenzó la fiesta que se había regado por toda la calle.
La rica región agroindustrial de Urabá, uno de los principales productores de banano del país, y de la cual hace parte Apartadó, era entonces, como sigue siendo hoy, un territorio en disputa por distintos grupos armados por su estratégica posición frente al mar Caribe y en la zona de frontera con Panamá.
«Por donde yo vivo fue que salieron los de la guerrilla», recuerda a Efe María Moreno, otra ama de casa que, como la señora Gómez, vive en La Chinita desde febrero de 1992 cuando un grupo de gente pobre invadió los terrenos que hoy se conocen como el barrio Obrero.
Según relata, un hijo suyo estaba en la calle donde se desarrollaba la fiesta «y cuando oyó el tiroteo se vino para la casa de la suegra» saltando las cercas de las casas vecinas para escapar de una muerte segura.
Hoy, 22 años después de la matanza, las calles de La Chinita parecen las de cualquier barrio de gente humilde de Colombia, con niños que juegan dominó en una mesita de plástico en la puerta de una casa, obreros que cargan bultos o peluqueros como Mario, un joven de unos 20 años que atiende a su clientela en plena calle.
Algunos depositan sus esperanzas en que la firma de la paz con las FARC no solo acabe la violencia de una vez por todas sino que traiga inversiones al barrio para mejorar sus condiciones de vida.
«Lo malo es la calle, vea como está», dice Mario a Efe apuntando al lodazal formado por el último aguacero, y señala un aviso situado al frente como otra esperanza de mejoras para el sector.
En efecto, a pocos metros de allí, en un lote donde se ve el inicio de una obra, una enorme valla dice: «Aquí se construye el Parque Estadio Caterine Ibargüen», la campeona mundial y olímpica de salto triple, orgullo de Apartadó y de Colombia, y como la paz, esperanza de que vendrán días mejores.
Jaime Ortega Carrascal
Apartadó (Colombia), 1 oct (EFE).-