El equipo inglés perdió 4-2 con la Roma, que batalló para voltear la serie. Nainggolan, en dos oportunidades, Edin Dzeko y James milner (en contra) marcaron los tantos del equipo italiano
La crueldad de la esperanza. Los hinchas de la Roma llenaron el estadio Olímpico con el sueño de que su equipo marcara tres goles y remontara la serie contra el Liverpool. Toda una ciudad estaba expectante. El fútbol a veces no entiende de razón sino de pasiones. Parecía una utopía, los ingleses llegaban a la capital italiana como el equipo más goleador de la Liga de Campeones, pero hace 22 días los italianos habían logrado una epopeya en ese mismo escenario frente al Barcelona: le ganaron 3-0 y clasificaron a semifinales.
Los hinchas se acercaron cantando, creyendo firmemente en ganar por tres goles. Tal vez, unos solo querían que su equipo se despidiera con una victoria porque la Roma es de esos equipos que se definen por sus maneras de perder, que dejan todo dentro de la cancha y venden caro el resultado. Esperando que les toque disfrutar de las mieles del triunfo. Pero esa ilusión parecía terminarse con el gol de Mané a los 10 minutos.
El delantero aprovechó un pase de Firmino para definir cruzado y poner a celebrar a los ingleses, que no llegaban a una final en la Liga de Campeones desde hace 11 años. A pesar del tanto, que nació por una pérdida de balón de Nainggolan, los italianos nunca decayeron: mordían, apretaban, intentaban. Y con esa insistencia, cinco minutos después, en un blooper los locales igualaron el encuentro. Un balón, que iba a ser rechazado, pegó en la cara de James Milner y terminó metiéndose en la portería de Karius, que nada pudo hacer para evitar el empate romano.
Fue un juego que se hizo de ida y vuelta. Los italianos proponían, los ingleses respondían. El Liverpool, que se ha destacado en la era de Jurgen Klopp en ser un equipo que se siente cómodo jugando al contragolpe, salió siempre con velocidad aprovechando la velocidad de Mané y de Robertson. La Roma, por su parte, intentaba manejar la mitad de la cancha con De Rossi, Nainggolan, El Shaarawy y Dzeko.
Y llegó el gol de Wijnaldum. Un cabezazo del mediocampista ante la salida del arquero de la Roma, Allison, y era el 2-1 parcial a favor del Liverpool. Un tanto que parecía acabar con las esperanzas de los locales: caras largas y tristeza en las tribunas del Olímpico, que con el paso del tiempo parecía quedarse en silencio. Sin embargo, la ilusión es lo último que se pierde. Dzeko marcó el empate comenzando el segundo tiempo y con la Roma volcada al ataque todo un estadio nuevamente cobró vida.
La Roma demostró orgullo y con 40 minutos por delante, Di Francesco dio paso también al turco Cengiz Under en el intento de subir el peso ofensivo de su equipo ante un Liverpool que bajó notablemente su posición, a la espera del momento correcto para salir al contragolpe. Los romanos lo dieron todo para adelantarse y rozaron el tercer gol tres veces en cinco minutos, entre el 60 y el 65; también hubo espacio para una polémica, ya que en el 65, el inglés Trent Alexander-Arnold desvió con la mano y dentro del área un disparo de Under, aunque el árbitro no notó esa intervención.
Todo parecía ya sentenciado, pero Roma tuvo el mérito de seguir creyendo en un milagro y llegó a acariciarlo en los últimos diez minutos, liderado por Nainggolan. El internacional belga firmó el 3-2 en el 84 con un derechazo desde fuera del área que fulminó a Karius y completó su doblete personal en el 93, al transformar la pena máxima que dejaba a su equipo a una sola diana de forzar la prórroga. Sin embargo, ya era demasiado tarde y el árbitro pitó el final del encuentro justo después del gol para desatar la euforia de un Liverpool que se quedó más de quince minutos en el campo para celebrarlo con su hinchada