«No son sanciones para el Gobierno, son sanciones para el Estado venezolano. Aquí están sancionando a todo el mundo, nos afecta a todos». José Colmenares lo tiene claro. Las multas impuestas por Estados Unidos, la Unión Europea y otros países a Venezuela afectan a todos, especialmente al pueblo, el último eslabón de una cadena rota desde hace tiempo.
Las sanciones se cuentan por cientos. La intención de los Gobiernos extranjeros es, a priori, castigar a quienes son, según los sancionadores, responsables de la crisis política, económica, social y humanitaria que vive la nación caribeña, pero los daños colaterales se traducen en el sufrimiento de millones de personas, como reconoce Colmenares.
La vicisitudes que sufren cada día los venezolanos de a pie no llegan a los hogares de los sancionados, cuya lista encabeza el presidente Nicolás Maduro, seguido de varios de sus familiares, funcionarios del Gobierno o líderes chavistas, entre otros.
La falta de suministro eléctrico, de agua, de medicamentos y otros productos de primera necesidad, es culpa, según el Ejecutivo, de las sanciones de EE.UU. y demás países a Venezuela, pero las carencias no alcanzan a los responsables señalados por los sancionadores, sino al eslabón más débil de la cadena, al ciudadano.
Vivir a medias
Colmenares, jubilado de 70 años, se siente privilegiado por poder vivir «a medias» y es consciente de que miles de personas en el país, sin ingresos de ningún tipo, ni siquiera llegan a eso.
«Con la pensión de ella (la esposa) más la mía, más el sueldo, se puede a medias. No se puede completo, porque uno tiene que comprar las medicinas o comprar la comida o echar la gasolina al carro. Tenemos el problema de que el sueldo no está equiparado al costo de la vida», explica el hombre.
Dos pensiones, que sumadas no alcanzan los 5 dólares, y un salario, cuyo monto no fue desvelado por Colmenares, no son suficientes para adquirir comida, medicinas y gasolina en el mismo mes, así que toca esperar al siguiente para decidir nuevamente cuál es la prioridad.
Y mientras miles de venezolanos hacen cuentas, como José, para sortear el hambre e ingeniárselas para sobrevivir, Maduro se asoma a las pantallas de los televisores desde un amplio jardín o un confortable despacho, mientras uno de sus asistentes le sirve un café, para pedir que se respete la cuarentena, que no salgan de sus casas, como hacen él y su esposa, al parecer, ajenos a la realidad.
«Estamos mal, mal, mal»
Víctor Ramírez, un jubilado de 68 años, cuenta a Efe, mientras llena sus garrafas de agua al pie de una ladera, que el país está al borde del abismo. «Todo, la luz, el agua, los servicios no sirven, estamos mal, mal, mal, mal».
«(Estamos) Buscando agua para nuestros hogares porque no tenemos agua y la poca que está llegando está demasiado sucia, marrón, hedionda. Tenemos que rebuscarnos por donde podemos porque…¿qué vamos a hacer?», expresa el hombre con un tono entre resignación y rabia.
A Ramírez no le hace falta pensar mucho para señalar a quien, según su criterio, es el culpable: «Este señor, el que está mandando (Maduro) nos está perjudicando a todos nosotros, a los venezolanos, y a los que no son venezolanos también, la culpa no es de EE.UU» ni del resto de sancionadores.
«Lo que estamos viviendo aquí es una dictadura y lo que estamos pasando son trabajos», explica Víctor, quien también considera que las sanciones son para el Gobierno, pero las sufre el pueblo.
«¿En qué piensan (los miembros del Ejecutivo)? En hacerse ellos millonarios. ¿Y nosotros qué? Nosotros pasando trabajo, todo caro. Yo vivo en una parte en la que se ve a la gente como come una sola vez al día. Eso es lo que estamos viviendo hoy en día en Venezuela», subraya Ramírez.
El hombre, que vive en Petare, la mayor favela de Venezuela, no cree que la intención de los países que imponen sanciones a Venezuela sea perjudicar a los ciudadanos, sino al contrario:
«Estados Unidos nos está ayudando bastante, tenemos bastante que agradecerles», opina el sexagenario, quien no se cree la retórica de Maduro al señalar que los culpables de todos los males son otros.
¿Sanciones o mala gestión?
Apagones, escasez de gasolina, falta de medicamentos, carencia de equipos médicos. Todo es culpa, según Nicolás Maduro, del presidente de EE.UU, Donald Trump, y las sanciones que pesan sobre Venezuela que, supuestamente, impiden la compra e importación de productos al tener bloqueadas diversas cuentas del país caribeño en el exterior, de cuyos fondos no puede disponer el Ejecutivo.
Los fallos eléctricos, que ya forman parte de la cotidianeidad venezolana, ocurren, según el Gobierno, por supuestos ataques electromagnéticos o sabotajes ordenados por EE.UU.
Sin embargo, la oposición y diversos expertos aseguran que tiene que ver con la falta de mantenimiento e inversión en las plantas y centrales eléctricas, muchas de ellos con aspecto de abandono de larga data.
Lo que ocurre con el suministro eléctrico en Venezuela es aplicable también a las refinerías que, por no mantenerlas de la forma que requieren para su buen funcionamiento, han dejado al país con las mayores reservas de petróleo del planeta sin gasolina, al no poder producir.
Y el problema es extensible a las plantas potabilizadoras de agua, desmanteladas por falta de inversión.
Más sanciones, más pobreza, mismo gobierno
Y mientras Trump intenta sacar a Maduro del poder a base de castigos diversos y multiplicación de sanciones, el Gobierno se mantiene y el pueblo, primer sufridor de un pulso entre enemigos, se ahoga en la necesidad.
La única opción que queda es resignarse y pensar en cómo resolver la vida las próximas 24 horas. Plazos cortos, vivir al día e improvisar, como José, Víctor y miles de ciudadanos que han perdido ya la esperanza de ver a la Venezuela floreciente de antaño, un país con recursos infinitos y hambre extrema.