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El «banco» del «oro rojo» de los incas guarda todavía peculiares joyas

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Fotografía del 5 de noviembre del 2016, del complejo arqueológico Cabeza de Vaca, situado en la periferia de Tumbes (Perú), cercana a la frontera de Ecuador, donde se almacenaban las conchas spondylus, consideradas más valiosas que el oro por los antiguos peruanos, las cuales fueron almacenadas en el norte del país para repartirlas por todo el imperio de los incas, incluso en forma de joyas talladas. EFE
Fotografía del 5 de noviembre del 2016, del complejo arqueológico Cabeza de Vaca, situado en la periferia de Tumbes (Perú), cercana a la frontera de Ecuador, donde se almacenaban las conchas spondylus, consideradas más valiosas que el oro por los antiguos peruanos, las cuales fueron almacenadas en el norte del país para repartirlas por todo el imperio de los incas, incluso en forma de joyas talladas. EFE

Llamativas por el rojo coralino de sus numerosas espinas, las conchas spondylus, consideradas más valiosas que el oro por los antiguos peruanos, fueron almacenadas en el norte de Perú para repartirlas por todo el imperio de los incas, incluso en forma de joyas talladas en ese preciado material.
Ese banco del «oro rojo» precolombino estaba en el complejo arqueológico Cabeza de Vaca, situado en la periferia de la norteña ciudad peruana de Tumbes, cercana a la frontera de Ecuador, donde arqueólogos han hallado el único taller inca conocido hasta ahora para tallar los spondylus, con algunas de sus últimas piezas aún sepultadas.
En las excavaciones realizadas hasta ahora se pudieron encontrar elaboradas figuritas con forma de aves, granos de maíz e incluso una cruz andina, denominada chacana, que servían para adornar los fastuosos atuendos de los nobles del antiguo Perú, explicó a Efe el director del proyecto integral Cabeza de Vaca, Oliver Huamán.
Desde los edificios monumentales del complejo, asediados actualmente por la desenfrenada expansión de barrios humildes, los spondylus, que solo se encuentran en las aguas cálidas del golfo de Guayaquil, llegaron a todos los confines del Tahuantinsuyo, nombre del imperio incaico, que abarcaba un territorio desde Colombia hasta Argentina.
Los incas distribuyeron los spondylus y sus piezas talladas mediante el Qhapaq Ñan, la gran red de caminos construida por esta civilización para comunicar todas las provincias de su imperio, en un trazado de 30.000 kilómetros declarado Patrimonio de la Humanidad, y cuyo eje costero comienza en Cabeza de Vaca.
Es así como el spondylus, denominado «mullu» en el quechua de los incas, se ha podido encontrar en la mayoría de los entierros de los grandes personajes de las civilizaciones prehispánicas del antiguo Perú, incluso a miles de kilómetros de su lugar de origen.
«Existe además un mito que habla de un dios que comía spondylus en una laguna de los Andes cercana a Lima, que está a unos 4.300 metros sobre el nivel del mar, y que precisamente recibe el nombre de Mullucocha (laguna de spondylus)», apuntó Huamán.
La directora de investigación arqueológica de Cabeza de Vaca, Rosa María Valverde, indicó que los spondylus, característicos por la dureza de su concha, eran utilizados también como ofrendas de alimento para los dioses.
«Las extracción del ‘mullu’ no era fácil, porque se encuentra a una profundidad de 15 a 30 metros en el lecho marino, lo que exigía ser expertos buceadores, además de utilizar otros tipos de técnicas, para sacarlo del mar», dijo Valverde.
Huamán agregó que algunos cráneos encontrados en la zona presentan un callo en el sitio de los oídos, característico de los buceadores que enfrentan la presión del agua, lo que demuestra la sacrificada labor de estos para proveer de spondylus al resto del imperio.
En Cabeza de Vaca, construido en torno a 1470 y habitado hasta 1532, cuando comienzan a llegar los conquistadores españoles, se encuentra una Huaca del Sol, un enorme templo ceremonial de 300 metros de largo y 100 de ancho acondicionado en una colina, además del taller donde se tallaba el spondylus.
El complejo arqueológico, que abarca 69 hectáreas, se encuentra en más de un 60 % bajo las viviendas de las periferias de Tumbes, construidas antes de la delimitación de la zona arqueológica al reubicar a cientos de familias damnificadas por las inundaciones del fenómeno de El Niño de 1983.
«Hay manzanas enteras que están encima del complejo arqueológico. Al hacer cualquier zanja se encuentran restos de cerámica, huesos e incluso vasijas enteras, y los vecinos no nos lo dicen por temor. Tenemos constancia de que después tratan de venderlas a los turistas, quienes lamentablemente las compran», comentó Huamán.
Por ese motivo, los arqueólogos se esfuerzan por realizar charlas con los vecinos para que tomen conciencia del patrimonio existente bajo sus pies y la importancia de la conservación de uno de los principales puntos de expansión del legado cultural de los incas para gran parte de Suramérica.
Fernando Gimeno

Tumbes (Perú), 10 nov (EFE).-

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