Mientras las salas de cine de los centros comerciales se abarrotan con el último estreno de Hollywood, las producciones minoritarias, del cine al teatro, languidecen en Guatemala ante la falta de apoyo y las reticencias del público a pagar por la cultura.
«No hay industria cultural en Guatemala», asegura en una entrevista con Efe el artista y programador cultural español, Manuel Morillo.
Sentado bajo las instantáneas que conforman su última exposición, «Españorámicas», una travesía de cinco semanas por los rincones de la península ibérica, Morillo reflexiona sobre la realidad cultural de Guatemala, su país de acogida desde hace más de quince años.
Fotógrafo, viajero y artista, Morillo ha sido testigo y parte en el crecimiento cultural del país centroamericano desde que impulsara la producción cinematográfica «Poporopos», basada en el cuento «No te apresures en llegar a la torre de Londres, porque la Torre Ð Londres no es el Big Ben», de la escritora guatemalteca Eugenia Gallardo.
Muchos de los profesionales de esta nueva generación del cine guatemalteco «tuvieron una participación en ‘Poporopos'», explica orgulloso.
La producción coincidió en el tiempo con otros proyectos cinematográficos encabezados por Luis Urrutia y Sergio Valdes: «Fueron tres chispas que saltaron al mismo momento e hicieron que se reanimara el cine en Guatemala».
Morillo participó también el programa «Fotokids», una iniciativa que ha permitido a casi 1.000 menores guatemaltecos ser testigos de su realidad y abrirse un futuro a través de la fotografía.
Mas ha sido el centro cultural «La casa del mango», ubicado en La Antigua Guatemala, el proyecto que ha consumido su tiempo desde 2005: una propuesta independiente por la cultura, con todas las dificultades que ello implica.
En «La casa del mango» se programan noches de flamenco, talleres de fotografía estenopéica, de grabado al linóleo, espectáculos de microteatro y otras propuestas alternativas de enorme valor cultural pero que no siempre encuentran la acogida prevista.
«Cuesta enganchar al público», reconoce mientras repasa los títulos del ciclo de cine sobre artistas que no siempre logran reunir a más de una decena de personas.
Las «nuevas tecnologías», que ofrecen a la población una programación a la carta sin moverse de sus casas, y la «falta de costumbre de pagar por ver un evento» lastran a espacios como «La casa del mango».
«La gente se acostumbró a que la cultura no tiene un precio económico (…). Le dan un valor económico al alcohol, pero no a la obra que están viendo», sentencia con un poso de amargura.
La política de algunas instituciones, ofreciendo gratis sus productos culturales, no ayuda a «cambiar la mentalidad» de la sociedad: «Hay que hacer entender a la gente que la obra tiene un valor», señala Morillo, quien reservaría este tipo de «eventos gratuitos» a los «lugares en los que no hay acceso a la cultura».
Actualmente, la capital del país se ha convertido en el centro artístico de Guatemala, desplazando a La Antigua: «Sí hay publico. La gente se para en los eventos, lo que no hay es costumbre de pagar por verlos».
En esta propuesta para cambiar el paradigma cultural del país, subrayando el valor de las producciones culturales, media docena de espacios artísticos de La Antigua Guatemala se han unido dando lugar a una «alianza cultural» con la que esperan «crear nuevo público» y dar «visualización» a una agenda conjunta.
Solo así, entr