Córdoba, 26 ago (EFE).- Con sombrero cordobés, gritos de «torero, torero» y una amplia sonrisa, el alemán John Degenkolb celebró su victoria al esprint en la cuarta etapa de la Vuelta, prueba de supervivencia por el intenso calor a través de 164 kilómetros en la que se mantuvo al frente de la general el australiano Michael Matthews (Orica).
Degenkolb, de 25 años, otra perla de la escuela alemana de velocistas, aprovechó una de las pocas opciones que tendrá este año. Era su día, lo tenía marcado y apareció como un rayo en la recta de meta para superar con autoridad al español Vicente Reynes (Iam) y al líder, que además rebañó 4 segundos de bonificación.
Un desenlace previsible, pues nada relevante sucedió en el único aliciente antes de meta, el Alto del Catorce por Ciento, a 25 kilómetros de meta, donde Valverde se lanzó en un viaje sin convicción, «a ninguna parte», que fue reducido por el esfuerzo común de todos sus rivales y respectivos equipos. Demasiado para el murciano.
Un día más que salvaron los jerarcas de la Vuelta. Quintana vive tranquilo segundo en la general, esperando las cumbres; Valverde es tercero, ileso de la caída cerca de Arcos, Contador se va recuperando de sus molestias en la rodilla y gana tiempo con el paso de los días, «Purito» espera sus muros, y Froome habla poco y luce una incógnita imposible de descifrar. Todos en apenas medio minuto.
Mairena del Alcor, localidad de culto al flamenco lanzó la etapa camino de Córdoba. Lo hizo con un «quejío» que hubiera podido firmar el mítico cantaor local Antonio Mairena si hubiera visto el termómetro: 35 grados. Algo así como un puerto adicional, pero permanente y machacante, hasta la ciudad de la Mezquita.
Pero, ¿quién dijo miedo?. En este deporte siempre hay valientes, «echaos p’alante». Pero hay que prevenir. El equipo Sky preparó 250 bidones de agua para sus 9 corredores. Y es que algunos corredores llegan a perder hasta 4 kilos de peso con calor extremo.
Cuatro se animaron a salir del pelotón por la comarca de Los Alcores, en un desafío al horno asfaltado. Ahí estaba el fugitivo habitual Javier Aramendía, navarro del Caja Rural, el estonio Joeaar, de apellido sonoro y que se podría confundir con una expresión muy española, y los franceses Turgot y Engoulvent.
Una aventura que marcó unas horas el paso del pelotón, de nuevo gobernado por el Orica del líder Michael Matthews, que no quería despedirse del maillot rojo. Y lo defendió con uñas y días, por eso la fuga se anuló en la primera tachuela, el Alto de San Jerónimo, a tiro de piedra del primer paso por Córdoba.
Algunos se pusieron flamencos, como Amets Txurruka, quien coronó en cabeza y se lanzó acompañado por Engoulvent en busca de la gloria, pero no pudo hacer honor a su nombre («sueño» en euskera). En la Vuelta las etapas están caras. Son muchos nombres y equipos que han venido a arreglar la temporada al verano español.
Ambos pasaron por meta con un puñado de segundos sobre la marabunta. Pero no era el final, no, quedaba el Alto del Catorce por Ciento, nombre a medida de este deporte, a 25 de meta. Allí tensó el Movistar para romper en dos el pelotón, y para mover una de sus piezas de lujo. Valverde hizo de Nibali y atacó en el descenso.
En la misma bajada la armó parda en 2011 el Liquigas de Nibali y Sagan, con triunfo del segundo. Valverde no desciende como el ganador del Tour, ni llevaba tres compañeros de equipo, pero «El Bala» lo intentó. Eso sí, para nada. «Sabía que no tenía nada que hacer», dijo.
Los que tenían que aparecer aparecieron. La victoria era cosa de gente rápida. Nada más pasar el Puente Romano que atraviesa el Guadalquivir, con esas vistas de la ciudad presidida por la Mezquita-Catedral, el grupo se volvió loco.
Pero apareció un alemán de Gera que el año pasado se llevó 5 victorias y que esta temporada ya lleva 6, cifra corta por la presencia en el Giant del gran Marcel Kittel.
Un tal Degenkolb, ganador de la clásica Gante Wevelgem, convertido por unos instantes en torero por la afición cordobesa que tuvo el valor de salir a la calle y desafiar el calor a la hora de la siesta. Cortó las dos orejas y el rabo. Y además, sombrerazo.
Carlos de Torres.