Inicio Latinoamerica El Salvador Después de la tormenta, vuelve la calma a frontera México-Guatemala tras caravana

Después de la tormenta, vuelve la calma a frontera México-Guatemala tras caravana

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Desde el puesto callejero donde su familia vende mole, barbacoa y caldo de pollo, Miguel Ángel Vázquez ha visto pasar todas las caravanas de migrantes y solicitantes de asilo centroamericanos de los últimos años, miles de personas que huyen de la pobreza y la violencia con la esperanza de tener una vida mejor en Estados Unidos.

Luego de ver cómo efectivos de la Guardia Nacional y agentes de migración disolvían la última en el umbral de su casa, llevando a hombres, mujeres y niños llorosos a los autobuses que los trasladaron a un centro de detención en la cercana ciudad de Tapachula, está seguro de una cosa.
“Veo que ya estas caravanas no van a pasar”, señaló Vázquez, de 56 años.

El viernes por la mañana, la vida había regresado a la normalidad en el río fronterizo entre Ciudad Hidalgo y Tecún Umán, Guatemala.

Carmelino Sánchez Cumes, de 54 años, salió de su casa en Champerico, Guatemala, a las 4 de la madrugada para venir a comprar medicina que no consigue en casa para dos tías mayores.

El cierre parcial de los ríos “estuvo duro” para las personas acostumbradas a hacerlo como parte de su vida diaria, dijo.

El puente internacional reabrió a las 5 de la mañana y los automóviles y motocicletas cruzaban libremente.

Los efectivos de la Guardia Nacional vigilaban en grupos de aproximadamente seis, visiblemente menos que antes, y dijeron en privado que la tensión de días recientes había desaparecido.

Uno dijo que era fácil distinguir a los guatemaltecos locales que cruzan por motivos ordinarios por la forma en la que hablan y son bienvenidos “porque son vecinos”.

Del otro lado del río en Tecún Umán, el lugar en donde habían acampado migrantes durante días antes de cruzar el río al amanecer del jueves está vacío y acordonado con cinta amarilla.

Luis Cáceres, de 60 años, dijo que algunos de los migrantes habían acampado en su patio.

Agregó que él también pasa apuros para tener suficiente trabajo como jornalero y que se solidariza con su decisión de huir de la pobreza y violencia.

En algún momento, Cáceres también intentó emigrar a Estados Unidos, pero sólo llegó a Arriaga antes de darse la vuelta, asustado por las noches que le quedaban por dormir al aire libre entre víboras y escorpiones.

“Cómo se sufre en esos viajes”, dijo.

Aunque las primeras caravanas pudieron cruzar el territorio mexicano e incluso recibieron ayuda humanitaria o de transporte de muchas comunidades y algunos funcionarios, el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador cambió su enfoque al inicio del año pasado en respuesta a la amenaza de Washington de subir los aranceles a sus exportaciones.

El resultado podía verse el jueves en una carretera rural en Frontera Hidalgo, una ciudad del extremo sur de México, al otro lado del río que marca la frontera con Guatemala y que cientos de migrantes, en su mayoría hondureños, cruzaron antes del amanecer.

Los migrantes caminaron durante horas antes de pararse en el cruce donde está el puesto de Vázquez, aprovechando la abundante sombra en una carretera que por lo demás está expuesta a un sol tropical. Compraron toda la comida y los refrescos que tenía la familia y se comportaron con respeto, señaló la hija del propietario, Karen Daniela Vázquez Robledo.

Entonces, cientos de efectivos de la Guardia Nacional avanzaron sus líneas para quedar a menos 100 metros (yardas) de los migrantes. La breve negociación se estancó y los migrantes se arrodillaron para orar y comenzaron a gritar: “Queremos pasar”.

La Guardia Nacional avanzó golpeando sus escudos de plástico con toletes y se enfrentaron a los centroamericanos. Hubo algunos empujones y se roció gas pimienta mientras acorralaban a los miembros de la caravana.
Muchos de los migrantes subieron a los autobuses sin oponer resistencia. Mujeres que cargaban o sujetaban las manos de sus hijos rompieron en llanto en su camino hacia los vehículos. En total, las autoridades detuvieron a 800 migrantes, según un comunicado del Instituto Nacional de Migración.

Otros se resistieron y fueron sometidos. Un hombre que era arrastrado por los agentes gritaba “Mataron a mi hermano, no quiero morir”, presumiblemente en referencia a la posibilidad de ser devuelto a su país.

Un paramédico atendió a una mujer herida tendida a un costado de la carretera.

La calzada quedó llena de botellas, bolsas de plástico y ropa. Un hombre furioso, vestido con una camisa azul, gritó a los agentes: “Esta es una guerra contra los hondureños”.

El viernes, López Obrador dijo que había recibido información sobre el operativo y elogió a los militares por no recurrir a la fuerza, sin explicar qué considera fuerza.

“Yo tengo información que la Guardia Nacional ha actuado bien”, dijo López Obrador, quien señaló que fue informado por el canciller Marcelo Ebrard. “Nos informó que no había lesionados, no había heridos, se ha resuelto bien el problema”.

López Obrador continúo, como lo ha hecho antes, diciendo que los migrantes son “engañados” por organizadores sin escrúpulos en Honduras que los hacen creer que pasarán sin problemas. Agregó que sus adversarios políticos, “los conservadores”, esperaban que las cosas salieran mal para el gobierno mexicano.

“Claro que hay la necesidad”, dijo López Obrador. “Pero hay una conducción, vamos a decir política. Afortunadamente, se han respetado los derechos humanos”.

La confrontación del jueves fue un repentino clímax cuando el día parecía bajar de intensidad.

La caravana migrante se ha reducido desde que la Guarida Nacional mexicana posicionada sobre el río Suchiate repelió el último intento coordinado de cruzar la frontera.

Elementos de la guardia interceptaron a la caravana en las afueras de la comunidad de Frontera Hidalgo, cerca de Ciudad Hidalgo, en donde los migrantes cruzaron el río al amanecer.

En caravanas previas, las autoridades mexicanas habían permitido que los migrantes caminaran durante un tiempo, aparentemente con la intención de cansarlos, antes de cerrarles el paso.

México y Guatemala han deportado a cientos de integrantes del grupo a sus países de origen, principalmente Honduras, desde que se puso en marcha la semana pasada.

En el puesto callejero de comida en el estado de Chiapas, Karen Vázquez, de 26 años, estaba consternada por la situación de la que fue testigo: gas pimienta y niños corriendo y llorando.

“Sí fue algo desagradable porque ver a la gente cómo la levantan, y escondernos también para que no nos levantaran a nosotros, da tristeza”, señaló.

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