En Colombia, los manifestantes llevan casi una semana participando en protestas que atraen a estudiantes, trabajadores e incluso a familias enteras.
Aunque varias naciones latinoamericanas viven olas de protestas, las colombianas son únicas por la amplia gama de reclamos de sus participantes: preocupaciones sobre rumoreados recortes de pensiones y sobre las perspectivas de trabajo, llamados a aplicar un acuerdo de paz, insistencia en los derechos de los indígenas y las mujeres, denuncias contra la pesca de tiburones y el fracking.
Las manifestaciones son, sobre todo, una muestra de rechazo general al gobierno de Iván Duque. Pese al crecimiento económico, muchos sienten que el dirigente no ha hecho suficiente para abordar problemas persistentes como la corrupción y la desigualdad.
Estas movilizaciones masivas son posibles en parte por el acuerdo de paz alcanzado en 2016, que terminó con más de cinco décadas de conflicto entre la guerrilla, el Estado y los grupos paramilitares de derecha. Durante los años de la guerra, los manifestantes corrían el riesgo de ser estigmatizados _ y atacados _ como partidarios de los rebeldes de izquierda, una preocupación que ha disminuido en gran medida con el desarme de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
A continuación, las voces de cuatro colombianos que participan en las marchas.
MICHAEL CANO
Antes de las recientes protestas en Colombia, Michael Cano nunca había participado en una marcha.
El menor de ocho hermanos, Cano dijo que su propia experiencia como estudiante de farmacia lo llevó a salir a la calle.
El joven, de 25 años, tuvo que trabajar varios años en un centro de llamadas para ahorrar dinero suficiente para pagarse la universidad. Ahora le preocupan sus perspectivas de empleo en un país donde el 17,5 de los adultos jóvenes no tienen trabajo.
Acudió a una movilización vestido con una bata médica verde, un guiño a su carrera y a un sistema de salud que, según dijo, se está erosionando.
Lo hizo “para que se diera cuenta el presidente que estamos indignados con todo lo que está pasando”, señaló. “Invierten más en proyectos de centros comerciales que en hospitales”.
Además, criticó lo que él y otros consideran una respuesta dura por parte de la policía. Aunque las protestas han sido en su mayoría pacíficas, agentes antimotines emplearon gases lacrimógenos para dispersar a los asistentes y un joven de 18 años murió tras ser alcanzado por un proyectil, aunque la causa del fallecimiento sigue bajo investigación.
“Le puede pasar a cualquiera de estos jóvenes que están marchando”, apuntó.
MAYILA LARA
Para llegar a la capital de Colombia a tiempo para la primera marcha, Mayila Lara tuvo que viajar desde las profundidades de la Amazonía para llegar a un aeropuerto.
Pasó tres horas recorriendo un río en canoa, luego tomó un mototaxi y, finalmente, embarcó en su vuelo a Bogotá.
“Queremos que nos escuche”, explicó la joven indígena de 26 años.
Lara contó que ha visto como la Amazonía está cada vez más contaminada por la minería ilegal y dañada por la deforestación.
Quiere que Duque mejore las condiciones para los grupos indígenas, cuyos líderes han sido el blanco de los grupos armados ilegales que siguen luchando por las lucrativas rutas del narcotráfico tras la firma del acuerdo de paz de 2016 entre el Estado y las FARC.
Lara señaló que lamenta ver cómo la tierra de sus ancestros se deteriora y prácticas indígenas como la cosecha agrícola espiritual, conocida como “chagras”, desaparecen.
“Nuestras costumbres han sido violentados”, añadió.
PABLO ARENALES
Este abogado de derechos humanos que huyó de Colombia un tiempo tras recibir amenazas de muerte durante el largo conflicto civil en el país, salió a manifestarse porque cree que el gobierno no está haciendo suficiente para implementar el acuerdo de paz.
Pero Pablo Arenales está descontento también porque sus parientes que ganan el salario mínimo no suelen poder llegar a fin de mes, y los más jóvenes de su familia tiene problemas para pagar o conseguir una plaza en una universidad.
“Exigimos cambios que favorezcan el pueblo colombiano”, dijo.
Arenales, de 47 años, asistió a las marchas con su hijo pequeño de la mano en lo que espera que sea una valiosa lección de civismo.
“Tienen que aprender que los derechos se luchan”, señaló.
ANA MARÍA MOYA
Para Ana María Moya, la seguridad es algo difícil de encontrar.
Esta estudiante universitaria de 19 años contó que ha sufrido numerosos robos y acoso callejero de forma regular, y se siente frustrada con un sistema donde la mayoría de los delitos no se castigan y las mujeres tienen que enfrentar machismo y desigualdad.
“Me indigno porque la vida en Colombia ha sido difícil”, apuntó.
Moya, hija de un ama de casa y un cocinero, dijo que sus padres tuvieron que endeudarse para que pueda ir a la universidad y están preocupados por su participación en las movilizaciones.
Pero ella sigue saliendo a la calle a diario, con la intención de seguir haciéndolo “hasta que veamos una esperanza de una vida Digna”.
“Para mí, más que una marcha es una manera de expresar todo lo que siento”, dijo. “Quiero un cambio y no voy a dejar que los demás hablen por mí”.