Las autoridades de Filipinas han empezado a obligar a los drogadictos confesos a acudir a clases de zumba para que superen su adicción, una peculiar medida que forma parte de la guerra contra los estupefacientes iniciada en el país.
«¡El principal objetivo es que suden todo lo posible!», exclama eufórico Roullette Folio, el monitor de la primera clase de zumba para drogodependientes que se organiza en la barriada de Mabini-J Rizal, en el distrito capitalino de Mandaluyong.
«Tiene que expulsar todas las toxinas que han dejado las drogas en su cuerpo, y para eso una clase de zumba es lo ideal», explica a Efe Folio.
A las 7 de la mañana de un caluroso domingo, unos 50 drogadictos y traficantes de la zona se mezclan en una pista de baloncesto cubierta con la veintena de señoras que hasta ahora han acudido religiosamente a la sesión de ejercicio semanal que organiza el Ayuntamiento.
Ataviados con una camiseta rosa y ropa deportiva, los drogadictos, unos rebosantes de alegría y otros con cara de pocos amigos, comienzan su recuperación al ritmo de las canciones de reguetón del momento.
«A los filipinos nos encanta la música en general, o sea que creemos que esta iniciativa es perfecta para que los adictos a las drogas hagan ejercicio, y también para entretenerles un poco», explica a Efe Jerome Peñada, uno de los consejeros del Ayuntamiento de Mabini-J Rizal.
Media docena de agentes de la Policía Nacional de Filipinas, que han acudido para asegurarse de que no se produce ningún altercado, aportan el toque de seriedad al evento, que también ha atraído a un buen número de curiosos.
«La policía está aquí porque el zumba forma parte de los esfuerzos del Gobierno del nuevo presidente para acabar con las drogas. Que conste que yo no le voté, pero me parece muy buena idea», aclara.
El polémico mandatario de Filipinas, Rodrigo Duterte, arrasó en las elecciones que celebró el país el pasado mes de mayo después de una intensa campaña electoral en la que prometió repetidamente que acabaría con las drogas y la delincuencia en menos de 6 meses a base de matar al mayor número de criminales y toxicómanos posible.
La guerra abierta que le ha declarado Duterte a las drogas ha llevado a la muerte en sus dos primeras semanas de cerca de 190 supuestos narcotraficantes, ya sea en enfrentamientos con la policía o asesinados por ciudadanos que se han tomado la justicia por su mano, según el recuento de medios locales.
Después de esta oleada de violencia, cerca de 60.000 drogadictos, 8.000 de ellos en Manila, se han entregado desde la investidura de Duterte el pasado 30 de mayo, según cifras de las autoridades.
El problema al que se enfrenta ahora Filipinas, como han confesado las propias autoridades, es que no cuentan con la infraestructura suficiente para prestar asistencia a los miles de toxicómanos que están pidiendo ayuda.
Por ello, el Gobierno está diseñando programas varios para tratar de mantener a los drogadictos confesos alejados de los estupefacientes.
En el barrio de Mabini-J Rizal tienen una lista de unos 90 adictos de la zona que se han comprometido a seguir el programa que se les ofrece para recuperase, entre lo que está venir a zumba cada domingo.
«Todos tienen que registrarse antes de empezar con la clase de zumba. Si no se presentan, notificamos a la Policía y ellos se pasan por sus casas para llamarles la atención», explica el consejero Peñada.
Uno de los participantes es Tony Alagon, de 34 años y que lleva enganchado al shabu, una potente metanfetamina, desde los 19.
«Hoy me siento bien después de haber hecho zumba. Nunca me sentí así en los 4 años que estuve en la cárcel porque ahí nunca hacíamos nada de ejercicio», dice a Efe.
«No quiero volver a las drogas. Perdí el rumbo y estoy aquí para cambiar mis costumbres y llevar una vida mejor», subraya.
Helen Cook
Manila, 16 jul (EFE).-