La hora del adiós le llegó al toletero Alex Rodriguez y aunque la ceremonia de despedida se tuvo que acortar por culpa de una fuerte tormenta que se desató sobre el Yankee Stadium, el veterano toletero de 41 años reiteró que estaba en «paz consigo mismo» y «agradecido» por el trato que le han dado los Yanquis de Nueva York.
A-Rod también declaró sentirse a gusto con las circunstancias de su adiós, y hasta agradeció al dueño de los Yanquis, Hal Steinbrenner, representante oficial de toda la familia propietaria del equipo con más títulos nacionales que hay en el deporte profesional de Estados Unidos y del mundo.
«Con todas mis metidas de pata y lo mal que me porté, el hecho de que puedo salir por (esa) puerta, el que Hal me quiera como parte de la familia, eso es como batear 800 jonrones para mí», destacó Rodríguez antes de salir al campo de juego para la ceremonia de despedida. «Prefiero quedarme con lo positivo que con lo negativo».
Un acto que adquirió un sentido de urgencia cuando las gotas de lluvia arreciaron, al filo de las 7 de la noche, y todos se apuraban para cumplir con lo previsto, incluyendo la entrega de una almohadilla al número 13, que ya con la lluvia más intensa acabaron por entregarle a Rodríguez.
La aparición inoportuna de la lluvia vino a reafirmar la percepción generalizada que los Yanquis no despedían a Rodríguez con todos los honores.
Lo estaban exiliando, por más que le estaban asignando hasta fin de año las funciones de asesor e instructor.
Era su final en Nueva York dentro de una trayectoria llena de controversia, que incluyó una larga suspensión por dopaje de un año, demandas y un campeonato de la Serie Mundial.
Relegado a la banca durante casi todo el último mes, el piloto de los Yanquis, Joe Girardi, puso a Rodríguez de titular en su alineación, como designado y tercero en el orden ofensivo ante los Rays de Tampa Bay.
Girardi se resistió a colocarle como defensor de la tercera base, un deseo que le expreso el propio Rodríguez y que al final tampoco se lo concedió al considerar que él no estaba para promocionar despedidas sino para que el equipo ganase el máximo de partidos.
«El béisbol tiene una manera peculiar de darte un toque en el hombro cuando menos lo esperas para decirte que se acabó», admitió Rodríguez.
Su adiós en el Yankee Stadium, en el mes de agosto, estuvo muy lejos de las elaboradas giras de despedida que los Yanquis le ofreció a sus excompañeros Derek Jeter y el panameño Mariano Rivera, mitos de la organización que se retiraron en la última década.
Con un promedio al bate por debajo de .200 y necesitado de cuatro jonrones para alcanzar el exclusivo club de los 700, el toletero pudo al menos tener la satisfacción de un último juego en el Yankee Stadium.
El partido de esta noche es el número 2.784 en temporada regular en las Grandes Ligas dentro de una carrera que comenzó con los Marineros de Seattle en 1994, que siguió con los Vigilantes de Texas en el 2001 y luego con los Yanquis a partir de 2004.
Ahora la incógnita es si va a seguir como jugador activo cuando a partir de que finalice el partido esta noche se convierta en agente libre.
Ya hay rumores en el sentido que los Marlins de Miami, donde reside Rodríguez, podrían estar interesados en ver si puede ayudarlos en su ofensiva y si realmente está interesado en seguir en la competición activa.
Rodríguez no ha descartado la posibilidad. Nueva York le debe algo más de 7,1 millones de dólares en salario por lo que queda de este año y 20 millones para el próximo, en el que vencerá su contrato de 275 millones por 10 campañas.
De momento, esta noche demostró que todavía puede hacerle contacto a la pelota al pegar un doble impulsador en su primer turno al bate con el que impulsó la carrera del empate a 1-1 que registró la pizarra al concluir la entrada inicial.
Rodríguez mostró su gran satisfacción por el imparable y expresó el ya patentado gesto de golpear con dureza ambas manos una vez que pisó la almohadilla de la base.Nueva York, 12 ago (EFE).-