El papa Francisco llamó el domingo a la solidaridad en todo el mundo para enfrentar el “desafío de la época” que plantea la pandemia de coronavirus, mientras los católicos de todo el mundo celebraban un solitario Domingo de Pascua, obligados a pasar el día más alegre del calendario litúrgico cristiano entre los dolorosos recordatorios de la devastación provocada por la pandemia.
Las familias que generalmente asistían a la misa matutina de Pascua y más tarde se reunían con sus amigos para comer y celebrar estaban aislados en sus hogares. Los puestos de control en Europa e iglesias cerradas en todo el mundo obligaron a los fieles a ver los servicios de la Pascua por internet o en televisión.
En el Vaticano, Francisco celebró una misa en una Basílica de San Pedro casi vacía, con un puñado de fieles simbólicos sentados uno por banca y con la alabanza de “Kyrios” resonando en los suelos de mármol.
Normalmente, la Plaza de San Pedro estaría llena de flores frescas en el Domingo de Resurrección, con tulipanes y orquídeas convirtiendo la columnata de la plaza en un festival de color, subrayando el mensaje de renacimiento y vida del feriado.
Sin embargo, este año la plaza de adoquines se veía desierta. Barricadas policiales rodeaban el lugar, impidiendo el acceso cuando normalmente habría decenas de miles de personas para escuchar la bendición del pontífice “Urbi et Orbi” (“A la ciudad y el mundo”).
En lugar de eso, Francisco permaneció adentro, subrayando la soledad que enfrenta toda la humanidad en medio de las órdenes de aislamiento para evitar más contagios.
En su tradicional discurso de Domingo de Resurrección, Francisco pidió a los líderes políticos proporcionar esperanza y oportunidades a los millones de desempleados nuevos y exhortó a la Unión Europea a dar un paso adelante al “desafío de la época” planteado por COVID-19, que ha azotado Italia, España y otras naciones europeas.
Recordó que Europa se levantó nuevamente después de la Segunda Guerra Mundial “gracias a un espíritu concreto de solidaridad que le permitió superar las rivalidades del pasado”.
Dio oraciones especiales por los enfermos, los muertos, los ancianos, los refugiados y los pobres. También ofreció agradecimiento y aliento a los médicos y enfermeras que han trabajado “hasta el agotamiento y con poca frecuencia a expensas de su propia salud”.
“Este no es un momento para el egocentrismo, porque el desafío que enfrentamos es compartido por todos, sin distinguir entre las personas”, afirmó.
En lugar de aparecer a mediodía para su bendición ante la basílica, se esperaba que hablara ante la tumba de San Pedro, subrayando la soledad que afrontaba toda la humanidad en medio de cuarentenas y órdenes de confinamiento para evitar los contagios.
Era una escena repetida en todo el mundo, con los fieles o bien en casa o bien practicando el distanciamiento social en las iglesias donde aún se celebraban misas públicas.
Un puñado de romanos afortunados asistieron a misa desde sus balcones, con vistas a la iglesia Santa Emerenziana en el vecindario norteño de Trieste, donde un sacerdote realizó un servicio en el techo del templo.
“Nos sentimos cercanos unos a otros pese a esta distancia”, comentó el feligrés Luca Rosati desde su balcón. “Podemos experimentar desde aquí lo que normalmente veríamos dentro de la iglesia, como una comunidad”.
En la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, donde muchos cristianos creen que Jesús fue crucificado y sepultado, el arzobispo Pierbattista Pizzaballa instó a los fieles a no desanimarse.
“El mensaje de Pascua es que la vida, pese a todo, prevalecerá”, dijo Pizzaballa durante una misa a la que asistieron un puñado de clérigos, y con las calles que rodean la Ciudad Vieja sin peregrinos ni vendedores.
En su vigilia del sábado por la noche, el papa Francisco instó a los fieles a no dejar que la soledad y el dolor de la pandemia de COVID-19 les prive de la esperanza por un futuro mejor.
“Esta noche adquirimos un derecho fundamental que nunca nos podrán quitar: el derecho a la esperanza”, declaró Francisco.