Fuerzas de seguridad fronteriza en el sur de México se preparaban el viernes para la llegada de cientos de centroamericanos que atravesaban Guatemala en su camino hacia Estados Unidos, y juraron evitar las “caravanas” de años pasados, cuando enormes flujos de migrantes y solicitantes de asilo abrumaron a los agentes.
Elementos del ejército y la Guardia Nacional observaban mientras balsas cruzaban el río Suchiate, que divide a ambos países, cuando el amanecer pintaba el cielo de un intenso naranja. Otros 100 efectivos llegaron en la tarde con escudos antimotines.
Un soldado que solicitó no ser identificado porque no estaba autorizado a hablar públicamente dijo que se esperaba la llegada de más soldados procedentes de la ciudad de Tapachula. Pequeños grupos de migrantes iban llegando al lado guatemalteco.
“Nos han encargado que estemos vigilantes y, en cuanto veamos que se junta un grupo grande al otro lado, desplegaríamos un muro humano de este lado para contenerlos”, dijo un infante de Marina y miembro de la Guardia Nacional a The Associated Press bajo condición de anonimato porque no estaba autorizado para hablar con la prensa.
Se espera que más centroamericanos lleguen la tarde del viernes o sábado. Los niveles del río son tan bajos que había una retroexcavadora en medio de su lecho dragando el fango y algunos hombres hacían represas para que se mantuviera lo suficientemente profundo para el paso de las balsas.
Aproximadamente una docena de cortadores de caña de azúcar hondureños se bañaban en las turbias aguas del lado guatemalteco y analizaban la situación.
Uno de ellos, Osman Durán, de 37 años, estuvo en la primera caravana en 2018. Llegó a la frontera de Estados Unidos y brincó la barda para entregarse, sólo para después ser deportado. Su esposa e hija están en Mississippi esperando que se resuelva su petición de asilo.
“Hay que esperar al grupo y ver qué decisiones se toman”, dijo Durán.
El residente local Marvin García, de 41 años, quien durante dos décadas se ha ganado la vida como balsero en el Suchiate, pronosticó que los migrantes evitarían el tipo de caos del 2018, cuando hubo enfrentamientos con agentes en los puestos fronterizos del lado mexicano, y algunos migrantes saltaron del puente al agua, cruzando el río en grandes grupos.
“Estamos a la espera”, dijo García. “No se sabe qué va a pasar; si se tirarán, pero no creo que se repita lo del año pasado”.
Agregó que muchas menos personas cruzan en estos días en comparación con hace seis meses, cuando México comenzó a desplegar a miles de agentes federales después de que el presidente Donald Trump amenazara con imponer aranceles, aunque todavía sucede a lo largo de la porosa frontera.
Francisco Garduño, comisionado del Instituto Nacional de Migración, dijo enfáticamente que los migrantes que intenten entrar al país sin autorización no pasarán de ahí.
“No pueden entrar porque sería violatorio a la ley”, le dijo a AP, negándose a dar detalles sobre los refuerzos fronterizos, pero afirmó que había “suficientes” soldados para mantener el orden.
Había representantes de la oficina de la Agencia de la ONU para los Refugiados y de ONG médicas.
Christy Rivas, una mujer de 33 años que dejó a sus dos hijos y su madre en Tegucigalpa, la capital de Honduras, llegó al puente fronterizo con otros migrantes para preguntar si les permitirían pasar. “¿Vienen con la caravana?”, le preguntó un agente mexicano a medio camino y la dirigió al puesto de inmigración. Ante el temor de ser engañada y deportada, regresó a esperar la llegada de otros. “Unidos será mejor”, dijo Rivas.
Está al tanto de que México y Estados Unidos han complicado llegar y permanecer en Estados Unidos, pero dijo que es un riesgo necesario porque no hay trabajo en casa. Es una queja comúnmente mencionada por las personas que emigran de la región del Triángulo Norte de Centroamérica, compuesta por Honduras, El Salvador y Guatemala, junto con la violencia, la pobreza y, en menor medida, la persecución política.
Rivas planeaba contratar un “coyote”, o traficante, para que la cruce por la frontera de Texas sin autorización porque no tiene documentos para solicitar asilo, pero para eso primero debía llegar a México.
“Ahora el problema es aquí”, dijo gesticulando hacia el puente.
Los primeros grupos de unos 1.460 migrantes salieron el miércoles de San Pedro Sula, Honduras, seguidos por unos 2.083 el jueves, según los números más recientes de la agencia migratoria de Guatemala. Sin embargo, la mayoría avanzaba en grupos separados en lugar de un todo unido. Por lo menos 300 de ellos fueron detenidos por la policía guatemalteca el jueves y llevados en camiones de regreso a la frontera hondureña.
Justo un día después de asumir su cargo, el presidente Alejandro Giammattei dijo que esta semana les permitiría atravesar su país siempre y cuando llevaran la documentación correcta. Un pacto fronterizo centroamericano permite libre movilidad entre ciudadanos de los países del Triángulo Norte y Nicaragua.
Hacia el sur, cientos de hombres, mujeres y niños retomaron la caminata a las 4 de la mañana después de dormir en un albergue para migrantes en Esquipulas, Guatemala.
Keidy Pineda, de 21 años, amamantaba a su hija de casi 2 años Kendra mientras caminaba junto a la carretera con sólo una pequeña mochila y algunas cuantas pertenencias. Dijo que huyó de Tegucigalpa por la pobreza y por el sueño de una mejor vida en Estados Unidos.
“No tenemos nada, sólo a mi hija, a su papá lo mataron por andar en malos pasos, lo dejaron muerto frente al portón de mi casa”.
Mariana Ávila, de 47 años, dejó atrás un pequeño negocio con la esperanza de llegar a Estados Unidos junto con seis familiares.
“Allá ya no se puede, no hay cómo pagar la luz, no hay para comer”, dijo Ávila. “Llevo fotos de cuando me golpearon por la extorsión, allá vamos a estar bien”.
La menor organización de los migrantes, controles de seguridad más estrictos de las autoridades guatemaltecas y mexicanas, y la presencia de asesores de Estados Unidos, han reducido la probabilidad de las grandes procesiones unidas por las cuales se acuñó el término “caravana” en 2018.
Guatemala ha impuesto una revisión de documentos más estricta, y México desplegó a miles de agentes de la Guardia Nacional en corredores clave para controlar la inmigración. Las personas en busca de asilo que logran llegar a la frontera con Estados Unidos, suelen ser regresadas a México para esperar el resultado de sus casos o, más recientemente, son enviados a otros países en la región con la advertencia de que su única opción es solicitar refugio ahí.