Este jueves la detención de Ovidio Guzmán López, hijo del Chapo Guzmán, ex líder del Cártel de Sinaloa, convirtió a la ciudad de Culiacán en una zona de guerra y el gobierno mexicano perdió la batalla. En un hecho sin precedentes se vio obligado a liberar al detenido.
“Rodearon con una fuerza mayor a la de la patrulla”, admitió el Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo.
La administración de AMLO se encontró de frente y sin reparos con la realidad: en varias zonas del país el narco es gobierno.
Joaquín Guzmán Loera está recluido en una prisión de máxima seguridad de los Estados Unidos purgando una condena de por vida, ajeno a lo que sucedía con su hijo en Culiacán, pero los remansos del imperio que creó al amparo del poder surtieron efecto.
A mediados de julio el juez de la Corte Federal de Nueva York, Brian Cogan, sentenció al Chapo a cadena perpetua. El martillazo del veredicto parecía la extinción del Cártel de Sinaloa, pero las escenas que se vivieron a partir de las 15:30 horas en Culiacán demostraron lo contrario.
Con armas de alto poder, sicarios tomaron varios puntos de la ciudad, la paralizaron. “¿Papá, ya nos podemos parar?”, preguntaban los niños asustados refugiados con sus padres de las balaceras por la ciudad. Tres horas después de iniciados los disparos, el silencio comenzó a regresar a la urbe, no por acción del gobierno, sino por la voluntad de los hombres de Guzmán López.
Sin “El Chapo”, el Cártel de Sinaloa se mantiene como una organización vigente a pesar de las luchas internas. Iván Archivaldo Guzmán Salazar, Ovidio Guzmán López y Jesús Alfredo Guzmán Salazar, “El Alfredillo”, se han aferrado a la infame herencia de su padre, que también pelea Ismael “El Mayo» Zambada.
“El Cártel de Sinaloa seguirá siendo poderoso”, dijo Anabel Hernández después del llamado juicio del siglo en el que Guzmán Loera fue condenado a pasar el resto de sus días en la sombra.
La periodista autora de “Los Señores del Narco” siempre sostuvo que el Chapo era solo una figura que encarnaba el resultado de la complicidad entre el crimen organizado y el estado durante décadas. “No es el gran criminal que nos hacen ver, es simplemente el hombre que goza del mando”.
Ovidio enfrenta cargos en Estados Unidos por conspiración para traficar drogas entre 2008 y 2018. Aunque el gobierno norteamericano no reconoce a los “Chapitos” como cabezas del Cártel de Sinaloa, los tiene en la mira por su papel en el control del narcomenudeo en la zona.
López Obrador sostuvo desde el primer día de su llegada a la presidencia que cambiaría la estrategia de combate a los narcotraficantes. “No se puede combatir violencia con violencia”, dijo. Los eventos de esta semana dejan claro que más allá de una convicción personal del presidente, los cárteles gozan de mayor poder corruptor y de fuego, por lo que la acción armada para detenerlos dejó de ser una opción.
El lunes 14 de octubre, a cientos de kilómetros de Culiacán, un convoy de policías estatales fue emboscado en Aguililla, Michoacán. El saldo fue de 13 efectivos abatidos y otra media docena de heridos. Con impunidad y armas superiores a los uniformados, presuntos integrantes del Cártel Jalisco Nueva Generación se impusieron en la refriega.
“¡Nos tumbaron a todos!”, gritaron los elementos que fueron atacados con saña por los hombres del Mencho. Sus pedidos de auxilio fueron infructuosos. Se trataba de una nueva victoria de los criminales.
Un día después y no muy lejos de ahí, en la comunidad de Tepochica, localizada aproximadamente a 5 km de Iguala, en el estado de Guerrero, civiles armados se enfrentaron con militares, 14 de ellos resultaron muertos, mientras que un soldado perdió la vida.
No se trató ni de cerca de una victoria para el Gobierno. Con el pasar de las horas comenzaron a surgir dudas sobre la versión oficial y las sospechas de una ejecución extrajudicial afloraron. Para algunos analistas, se trata de otro capítulo negro en la historia de ajusticiamientos del Ejército.
A mediados de año, López Obrador anunció que la guerra contra el narcotráfico había terminado. Los eventos de esta semana dejaron en claro que, si en efecto era el fin, no era el gobierno quien había salido con el brazo en alto.