A dieciocho días del día D del Brexit (29 de marzo), el Gobierno británico tiene un plan A y un plan B. El plan A es confiar en un milagro político, y que en las próximas horas la UE haga suficientes concesiones para que el acuerdo negociado por May en Bruselas sea aprobado mañana por la Cámara de los Comunes. El plan B, si no es así, es que los expertos en desactivación de explosivos atinen en el último segundo a cortar el cable correcto, como en las películas de acción, y parar una bomba política de consecuencias imprevisibles.
Esta semana se ha de aclarar en teoría el panorama, aunque para hacer un cálculo de probabilidades con todas las permutaciones y escenarios haría falta un ordenador de la NASA. El martes es como el partido de vuelta en la pugna entre May y el Parlamento sobre si el acuerdo de Retirada es ratificado. La primera ministra perdió en la ida por 230 votos. Pero la diferencia no importa. Le bastaría con ganar por un voto para clasificarse. Para ello necesita que su ministro de Justicia, Geoffrey Cox, declare solemnemente que el Reino Unido no va a quedar atrapado de manera indefinida en una unión aduanera con la UE, que el DUP norirlandés y los euroescépticos den su opinión por buena, y que un suficiente número de diputados laboristas voten del lado del Gobierno para compensar las disidencias tories. El canciller del Exchequer, Phil Hammond, ha ofrecido como aliciente inyectar 25.000 millones de euros en la economía, para mejorar infraestructuras, invertir en servicios públicos, controlar la deuda y hasta bajar impuestos.
May necesita una concesión de Bruselas que sea suficiente para los euroescépticos. A lo largo de unos días de conversaciones muy tensas, Bruselas ha rechazado las demandas británicas para poder abandonar unilateralmente la “salvaguarda irlandesa” (que la ataría a la unión aduanera para impedir una frontera dura en el Ulster hasta la firma de un tratado comercial entre ambas partes), o para que tenga una fecha tope. También las propuestas de que un panel internacional de arbitraje, al margen de los tribunales europeos de justicia, pueda hipotéticamente dictaminar en el futuro que la UE ha actuado de mala fe y liberar a Londres de sus compromisos. May le pide un empujón más para sacar adelante el acuerdo de Retirada y, por si acaso, tiene listo un avión de la Royal Air Force en una base militar de las afueras de Londres para desplazarse al continente y sellar un nuevo compromiso. La buena voluntad no abunda sin embargo. A Michel Barnier, Sabine Weyand y demás negociadores europeos no les ha gustado el estilo “arrogante” de sus interlocutores británicos, el intento de echarles a ellos la culpa si no hay compromiso, y el recurso constante a la retórica. “Tal vez sean muy buenos convenciendo a jueces y jurados –señala una fuente–, pero deberían haberse estudiado un poco más las leyes internacionales aplicables a este contencioso”.
Aunque Downing Street espera un gesto por parte de Bruselas, duda de que baste para persuadir a los euroescépticos de que acepten el acuerdo. Y es ahí donde entra en juego el ordenador de la NASA capaz de resolver una ecuación complicadísima. En teoría, May se ha comprometido a que el miércoles los Comunes puedan descartar una salida desordenada (el no deal), y a que el jueves se pronuncien sobre la solicitud de una prórroga que anularía el 29 de Marzo como último día de la pertenencia británica a la UE. Pero la primera ministra ya ha roto la baraja en otras ocasiones, y podría desdecirse, con el pretexto de una tercera votación de su plan después de la cumbre europea de los días 20 y 21, ya con el reloj de la bomba del Brexit en siete, seis, cinco, cuatro, tres… ¿Llegarían a tiempo James Bond o los hombres y mujeres del Tedax (técnicos especializados en la desactivación de artefactos explosivos)?