No hay tiempo que perder. El Gobierno de Justin Trudeau trabaja contrarreloj para sumarse al acuerdo comercial que Estados Unidos y México alcanzaron y con el que pretenden reemplazar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC).
Los negociadores canadienses —encabezados por Steve Verhuel, y Gerald Butts, asesor político principal de Trudeau siguen en Washington acompañados por la ministra canadiense de Exteriores, Chrystia Freeland, que cancelado una visita a Ucrania para volar a la capital estadounidense y sumarse a las conversaciones.
Parte importante del futuro económico de Canadá pasa por lo que suceda en estos días en la capital estadounidense: Nuestro vecino del sur y primera potencia mundial compra las tres cuartas partes de lo que exporta. Ottawa ha sido excluida en las cinco últimas semanas de encuentros, convertidos en un mano a mano entre estadounidenses y mexicanos.
En el transcurso de las maratonianas negociaciones para renovar el mayor acuerdo comercial del planeta, tanto Trudeau como Freeland han tratado de introducir un tono más progresista y han subrayado que Canadá solo suscribirá un pacto si es «bueno para su clase media». Sin embargo, es posible que el país de la hoja de maple tenga que hacer algunas concesiones —como ya ha tenido que aceptar México— para continuar integrando este proyecto y reducir las tensiones con su, por mucho, primer socio comercial.
La intención de EE UU es cerrar la negociación, a más tardar, esta semana para poder cumplir con los 90 días que requiere el Congreso de EE UU antes de firmar el acuerdo con la Administración de Enrique Peña Nieto, quien el próximo 1 de diciembre pasará la banda presidencial a Andrés Manuel López Obrador. «Comprendo que los estadounidenses y los mexicanos quieran que todo quede solucionado pronto», replico Trudeau. «Estamos evaluando si podremos hacerlo, pero como lo he dicho reiteradamente, tiene que ser el acuerdo correcto para Canadá y en eso nos mantendremos firmes».
En ese escenario, hoy improbable, de que Canadá quede fuera de la ecuación, las relaciones comerciales entre Ottawa y Washington pasarían a regirse por un tratado firmado por ambas partes a finales de los ochenta. Y EE UU podría imponer aranceles a los automóviles canadienses, una decisión que sería funesta para miles de trabajadores de Ontario y Quebec. Canadá también podría buscar cobijo en la normativa de la Organización Mundial de Comercio (OMC) e intentar más adelante la firma de nuevos tratados bilaterales. Sin embargo, diversos analistas, entre ellos Meredith Lilly, profesora de asuntos internacionales en la Universidad Carleton, coinciden en que Trudeau no puede darse ese lujo por la dependencia del comercio canadiense con EE UU y el peligro de que las hostilidades con Trump vivan una nueva escalada.
La ausencia de Canadá en el tramo final de negociaciones tal como quería el presidente estadounidense ha sorprendido a propios y extraños. Sin embargo, Freeland había expresado que las reuniones bilaterales eran un escenario normal y que los negociadores mexicanos y estadounidenses permanecían en frecuente contacto con sus pares canadienses. Pero lo cierto es que las relaciones entre Canadá y EE UU han vivido un deterioro desde hace algunos meses, hasta el punto de llegar a uno de los peores puntos de su ya dilatada historia.
A lo largo de los meses de renegociación, Canadá ha dejado en claro los puntos que considera más sensibles para sus intereses.
Recientemente, tras una reunión con el representante comercial estadounidense, Robert Lighthizer, Freeland declaró a los medios que el hecho de que México hizo algunas concesiones en la industria automotriz puede facilitar el camino. Freeland se refería a que los mexicanos aceptaron que entre 40% y 45% del contenido de los automóviles sean fabricados en zonas en las que el salario medio en la industria manufacturera sea de por lo menos 16 dólares, asunto reclamado por sindicatos estadounidenses y canadienses. Otro tema que ha sido bien recibido en Canadá es que el pacto tendrá una vigencia de 16 años –y no de 5, como proponía Estados Unidos-, con una revisión cada 6, pero sin la amenaza de su anulación en ese plazo.
El Gobierno de Trudeau reconoce los avances entre mexicanos y estadounidenses sobre temas espinosos, pero, según un buen número de especialistas, tanto el sistema de gestión de oferta canadiense en lácteos y avicultura como el capítulo 19 relativo a la resolución de controversias serán los asuntos que provoquen mayor discusión entre los equipos negociadores; algunas provincias han manifestado preocupación por el impacto que podría tener una apertura en el sistema de gestión de oferta en sus granjas. Trump ha criticado en distintos momentos las restricciones canadienses sobre lácteos y avicultura. El sistema canadiense, diseñado para proteger a los productores del país, impone tarifas arancelarias que pueden alcanzar el 270%. Canadá ha subrayado que la desaparición de este sistema está fuera de toda discusión.
México accedió a eliminar el capítulo 19, referente a la resolución de controversias, pero resulta muy improbable que Canadá haga lo mismo: es una de las históricas “líneas rojas” establecidas por Ottawa en todas sus conversaciones comerciales con EE UU.
El diario canadiense The Globe and Mail publicó, citando fuentes al tanto de la estrategia de negociación canadiense, que Ottawa propondrá la apertura de un porcentaje de su mercado de lácteos a cambio de un compromiso sobre la permanencia del mecanismo de resolución de controversias.
Las autoridades mexicanas, aunque siempre han tratado de ser más inclusivas con Canadá que la Casa Blanca, han dejado a un lado su promesa de que el tratado sería trilateral o no sería. La preferencia de contar con la tercera pata del tratado permanece, pero el lenguaje empieza a ser distinto. «Con o sin Canadá, tendremos un acuerdo comercial con EE UU», apuntó el canciller mexicano, Luis Videgaray.