El 2 de mayo de 2002 la pequeña Bojayá cambió su faz para siempre, en medio de un combate entre paramilitares y las FARC, los guerrilleros lanzaron un explosivo contra la iglesia donde se refugiaban los civiles y más de 100 murieron; hoy el pueblo quiere pasar la página y ser emblema de reconciliación.
«En 2002, había tanto dolor y tanta carne destrozada, se perdieron tantas vidas que en estos momentos ya no queremos que se siga repitiendo esa tragedia», dijo a Efe Tereiza Mosquera, una de las sobrevivientes de aquel día.
Mosquera forma parte de las «Alabaoras de Bojayá», un grupo vocal femenino que trabaja para forjar la nueva imagen del pueblo. Ellas fueron la voz de las víctimas en la firma del acuerdo de paz con las FARC el pasado 26 de septiembre en Cartagena de Indias.
Allí tomaron la palabra para festejar una paz que se antoja fundamental para la localidad de unos 5.000 habitantes ubicada en el corazón del conflicto colombiano.
Por las calles de Bojayá, que hoy se ha mudado unos metros más al norte de su ubicación original, han pasado guerrillas como las FARC y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) o las paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
Poco les ha importado que el departamento del que forma parte, el selvático e inhóspito Chocó, sea de los más pobres de Colombia o que su economía dependa casi en exclusiva de la agricultura de subsistencia.
Camuflados por el frondoso tapiz verde que forma la selva y albergados por el río Atrato que conecta la región, todos los actores armados se han enseñoreado del Chocó en general y de Bojayá en particular, sin tomar en cuenta la vida de sus habitantes.
Así sucedió en 2002, cuando las AUC tomaron a los habitantes como escudos humanos y se parapetaron en el núcleo urbano para intentar incrementar el territorio bajo su dominio.
Tampoco les preocupó a las FARC, que decidieron retomar el pueblo a sangre y fuego con un centenar de hombres y artillería pesada.
Testigos mudos de esos combates, los bojayaceños se refugiaron en la iglesia, el que pensaban que era el único refugio seguro.
A ninguno de los contendientes les importó, los paramilitares instalaron un puesto fuerte a apenas unos metros y las FARC dispararon contra ellos una cadena de explosivos.
Uno de ellos cayó en el templo y causó la muerte de entre 74 y 119 personas, al menos 30 niños.
«Los primeros momentos son los que la memoria quisiera olvidar pero están grabados en el imaginario, y en ocasiones son de dolor pero también de fuerza para seguir avanzando hacia procesos de paz duradera», reconoce Esterling Londoño, vicario que se encontraba en el templo aquel día.
Como tantos otros, vivió el terror de cerca y apenas tiene palabras para describirlo, como tampoco las tiene para explicar cómo el acuerdo de paz alcanzado con las FARC fue rechazado en el plebiscito del 2 de octubre por la ciudadanía colombiana.
Ese voto negativo es uno de los temas que se repiten en los corros de ciudadanos que han sufrido la guerra de 52 años y que votaron masivamente para terminar con ella en el plebiscito.
«Las ciudades votaron ‘no’ porque es donde están los ricos (…) esas personas que viven en Bogotá no votan pensando en el futuro de nuestros hijos, sino en las cuestiones que nos echan hacia atrás la paz», resume Aquilino Chaverra, uno de los supervivientes de la explosión en la iglesia.
Chaverra lo perdió todo aquel día, su pequeño negocio, unos billares en los que se encontraban los jóvenes, quedó reducido a cenizas y abandonó su Bojayá natal para instalarse en la nueva que florece con el recuerdo de la antigua.
«Solo quien tiene la necesidad de solucionar un problema le da la necesidad debida y es capaz de sacrificar otros elementos que son importantes pero no tan trascendentales como volver a vivir en paz», agrega José de la Cruz Valencia, otro superviviente.
Esa es la razón por la que considera que las zonas más afectadas por el conflicto armado votaron sí y «quienes solo lo han visto por televisión se preocupan por otras cosas y se dejan guiar por personas que tienen otro tipo de intereses».
«Para nosotros este ejercicio de la paz no es un tema político, es una cuestión de vida o muerte», señala con crudeza.
Transversal para todos ellos es una reconciliación que esos televidentes parecen no aceptar en las ciudades; los bojayaceños están dispuestos incluso a convivir con los asesinos de sus vecinos y familiares una vez se desmovilicen.
«En La Habana se me arrugó un poco el corazón», recuerda Valencia sobre su primer encuentro con los líderes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) para que hicieran un acto de constricción y pidieran perdón.
Finalmente lo hicieron en diciembre de 2015 y los ciudadanos los vieron «notablemente arrepentidos».
«Si así toca hay que convivir pero siempre que haya reconciliación y perdón de corazón; no solo de dientes para afuera», añade la cantora Mosquera.
Mientras llega ese momento, en Bojayá miran con decepción el resultado del plebiscito y esperan que los opositores se sienten a negociar con el Gobierno para que encuentren una salida al limbo en que se encuentra el proceso de paz.
Gonzalo Domínguez Loeda
Bojayá (Colombia), 10 oct (EFE).-