Activista, académica de la lengua guaraní, feminista y, por encima de todo, campesina, Perla Álvarez es uno de los rostros más visibles en las luchas por el derecho de las mujeres campesinas e indígenas de Paraguay a su tierra y sus raíces, que conforman, también, su derecho a la identidad.
Álvarez nació en una familia campesina de Paraguay, pero vivió su infancia en una ciudad argentina limítrofe, por lo que cree que la identidad es una «multiplicidad» de factores y experiencias, declaró en una entrevista con Efe.
«Llevé un proceso de casi 20 años recuperando mi identidad paraguaya. Creo que el hecho de no tener tierra, ni mis padres ni yo, es lo que me hizo amar mucho más a Paraguay», expresó.
Su primera crisis de identidad fue al llegar a la universidad, en Asunción, y comenzar sus estudios de Arquitectura, «una carrera tan cara que nadie pensaba que pudiera seguir, viniendo de una familia tan pobre».
«En la facultad nos pedían diseñar un shopping, y yo nunca había estado en uno. Nos mostraban cómo vivían las familias ricas, que tenían habitaciones tan grandes como toda mi casa. Yo no era capaz de plasmar eso en un papel. Todo lo que se me ocurrían eran viviendas pequeñas, casas de pobres, que era lo que conocía», recordó.
Este choque la empujó hacia las organizaciones campesinas, y la hizo redescubrir la lengua guaraní, idioma precolombino cooficial de Paraguay y predominante en el campo, que Álvarez había aprendido de niña gracias a su madre, pero en el que no conseguía expresarse.
Sintiéndose cada vez más próxima al campo, abandonó la facultad de Arquitectura y comenzó a estudiar hasta convertirse en profesora de lengua guaraní y, varias décadas más tarde, en miembro de la Academia de la Lengua Guaraní de Paraguay.
«El guaraní es el vehículo de transmisión de la cultura del campesino paraguayo. Ninguna otra lengua en Latinoamérica ha tenido la persistencia del guaraní, que hoy hablan incluso personas que no se identifican con el mundo indígena», afirmó la activista.
Para ella, esa cultura campesina va más allá del trabajo con la tierra: es una cosmovisión que tiene que ver con el uso del tiempo, el conocimiento sobre plantas medicinales o la relación con el entorno.
Advierte, sin embargo, de que «toda cultura necesita una tierra para sobrevivir», pero en Paraguay muchas comunidades rurales e indígenas están siendo expulsadas de sus territorios ante el avance de los monocultivos para la exportación.
«En Paraguay, importamos del extranjero un 50 % de los alimentos que consumimos, pese a que tenemos grandes superficies de tierras fértiles y cultivables en todo el país. Pero esas tierras están ocupadas para producir soja, que no nos alimenta», explicó.
La expulsión de los campesinos para cultivar soja y otros productos de exportación está apoyada por «la violencia en el uso de la fuerza pública, de los policías y de los jueces» en los desalojos, que también se hace presente de forma simbólica en medios de comunicación, que presentan a los labriegos como «haraganes».
«La violencia hacia los campesinos en Paraguay, como la violencia hacia las mujeres, está naturalizada. Reconocer ambos tipos de violencia y salir de ellos es una ruptura difícil, dolorosa, que necesitamos superar a nivel colectivo», dijo Álvarez.
Por ello, desde 2007, Álvarez es integrante de la Coordinadora de Mujeres Rurales e Indígenas de Paraguay (Conamuri), que cuenta con dos objetivos principales: luchar contra la violencia hacia las mujeres, y recuperar la soberanía alimentaria en el país.
Ambos procesos, según Álvarez, han de ser simultáneos, con un cambio en la distribución de las tareas de cuidados, asignadas tradicionalmente a las mujeres por un sistema patriarcal, y también en los modelos de producción y distribución de los alimentos.
La activista cree que, pese a la violencia y el «extraordinario proceso de descampesinización» que está en marcha en el país, muchos paraguayos viven un movimiento contrario, muy similar al que a ella experimentó: vuelven a la tierra, se reconocen como campesinos, y se comprometen por defender sus raíces, cueste lo que cueste. Asunción, 9 oct (EFE).-