Los restos del cantautor hondureño Guillermo Anderson, fallecido el sábado por un cáncer de tiroides, fueron sepultados hoy en un último adiós pintado de «Costa y calor», que cerró con ese y otro de sus temas, uno que sus compatriotas han convertido como en su segundo himno: «En mi país».
Desde que inició su velatorio, el sábado, miles de hondureños desfilaron por la funeraria para despedir al considerado por muchos músicos nacionales como el mejor artista popular que ha tenido el país centroamericano en los últimos 40 años.
Fueron muchos de esos músicos, que en su mayoría le acompañaron en sus giras dentro y fuera del país, los que le tributaron el domingo por la noche y hoy una despedida, interpretando varias de sus canciones entre la emoción y conmoción de familiares y amigos que llegaron del interior y el exterior.
Anderson, de 54 años, un apasionado del mar, se caracterizó por imprimir en sus canciones amor, fe y esperanza, y con su música se identificó con todos los sectores sociales de Honduras, que hoy han comenzado a echarle de menos.
La catedral de San Isidro, de su natal ciudad de La Ceiba, en el Caribe de Honduras, resultó insuficiente para alojar a los centenares de personas, de todas las edades, que querían despedirlo.
Tras un recorrido por una de las principales calles de la ciudad con su ataúd montado en una pequeña lancha cubierta de flores, para recordar su mar querido, los restos de Anderson entraron a la catedral con una ovación y el recuerdo de una de sus canciones más queridas, «El encarguito».
Esa canción es un homenaje a sus compatriotas inmigrantes que se van a EE.UU., con o sin pasaporte, donde añoran las comidas típicas, postre incluido, de su país, los que el artista describe en el tema y aboga porque en las aduanas no les pongan obstáculos.
«Y ojalá pasen la aduana y que no anden con papadas» (obstáculos), dice uno de sus estribillos.
Al ingresar al templo, el párroco parodió a Anderson diciéndole «ojalá pases la aduana celestial y que no anden con papadas».
La misa, que estaba previsto durara una hora, se prolongó a dos por los múltiples mensajes leídos de instituciones públicas y privadas, incluso de entes internacionales como la Organización Panamericana de la Salud, que reconoció el aporte de Anderson a la música y diversos sectores a través de sus canciones.
Camino a la iglesia y al cementerio donde fue enterrado, estudiantes de escuelas y colegios, y vecinos de La Ceiba, entre otros, despedían en ambos lados de la calle a Anderson coreando su nombre y otros agitando globos blancos, rojos, verdes y amarillos.
Un amigo de Guillermo, que se moviliza en silla de ruedas, también salió a la calle para decirle adiós al autor de «Cipota de barrio», «María Dolores», «La fuerza que tenés», «Pensando en vos», «Llevarte al mar», «Chago», «Capitán Morris», «El tesoro que tenés» y «Pobre Marinero».
Guillermo Anderson también compuso hace más de 30 años canciones dedicadas a los niños como «La morada del tapir», «La rana feliz», «Los olingos», «Toca la caramba» y «Arroz con leche», entre otras, que siguen siendo cantadas por abuelos, padres y nietos.
La esposa de Guillermo Anderson, Lastenia Godoy, dijo a Efe que él estaba impresionado de tanto afecto y mensaje de solidaridad que recibió desde que en noviembre de 2015 se supo que sufría un cáncer, por el que le dieron tres meses y logró sobrevivir nueve.
«Una de las cualidades de Guillermo es que siempre fue transparente y bien congruente, así como fue un artista dedicado, igual fue en su vida familiar, un hijo dedicado con sus padres, como esposo», añadió.
Además recordó que se conocieron hace 28 años, de los que tres fueron de noviazgo y 25 de casados, que estaban por cumplir.
Como padre, señaló que Guillermo «disfrutó cada momento con sus hijas (tres) y siempre fue ejemplar», indicó.
Carlos López, uno de los primeros músicos que contribuyó en parte enseñándole «sobre canciones y algunos manejos de guitarra» a Anderson, quien estudió literatura hispanoamericana en EE.UU., dijo a Efe que el artista fallecido «deja un gran legado al arte nacional que todos los hondureños deben conocer».
Añadió que cuando Anderson regresó de estudiar, «era otro, con una calidad impresionante para escribir canciones y su música».
En su sepelio, Guillermo parecía que no se quería ir, sensación que sentía cuando sus queridos músicos que le acompañaron durante muchos años corearon un estribillo de «Pobre marinero» que dice: «qué más puede pedir este pobre marinero, que no se quiere ir porque el corazón entero, lo tiene en esta playa y lo llama una mujer, diciéndole no te vayas y déjate querer».
Germán ReyesLa Ceiba (Honduras), 8 ago (EFE).-