Washington, 24 dic (EFE).- Donald Trump se ha convertido en un maestro del insulto: sutil, velado y lleno de connotaciones ofensivas para el destinatario o de verdades como puños para el votante que considera que el magnate y «showman» dice lo que ellos solo se atrevían a comentar en voz baja.
Un ejemplo de la maestría desplegada por Trump en esta campaña, donde las reglas tradicionales ya no valen, es el uso que hizo esta semana de la palabra «schlong» en sustitución de «perder» para referirse a la derrota de Hillary Clinton frente a Barack Obama en la primarias de 2008.
La palabra, jerga derivada del yídish (dialecto de los judíos del este de Europa) y que se puede traducir como pene, lo tiene todo: es ofensiva contra las mujeres, tiene connotaciones racistas y es tan difícil de definir que no se puede asegurar categóricamente que sea un insulto.
Trump tardó poco en saltar a la palestra en Twitter para defender que el uso que hizo de este verbo «no es vulgar» y significa «ser derrotado rotundamente».
Hasta el momento, las encuestas indican que los insultos de esta campaña de primarias tan negativa están favoreciendo a Trump, que se ha encumbrado ofendiendo a los inmigrantes mexicanos, a los veteranos del Partido Republicano y, más recientemente, elevando sospechas de apoyar el terrorismo sobre todos los musulmanes.
La última encuesta de CNN, conocida este miércoles, amplía la ventaja de Trump en el complicado plantel de primarias republicanas del 36 al 39 %, con más de 20 puntos de ventaja frente a su más inmediato rival, el senador Ted Cruz.
Los mensajes despectivos contra los inmigrantes, los musulmanes o los ricos e influyentes siguen atrayendo al votante blanco, sin estudios universitarios, agarrado a los flecos de la clase media, desencantado con la élite política y que más que ideológico o conservador no se siente representado o añora tiempos mejores.
El primer insulto de campaña de Trump llegó en junio, el mismo día de su anuncio de campaña, cuando el magnate inmobiliario dijo que «México está mandando gente con muchos problemas», incluidos violadores, traficantes de drogas y otros criminales.
Trump respondió a las críticas utilizando una técnica que le ha servido desde entonces: acusar a los medios «de deliberadamente distorsionar sus palabras», de paso obtener minutos gratuitos en televisión para explicarse y abrir debates que movilizan a las bases republicanas que decidirán quién se hace con la nominación presidencial conservadora.
Otro ejemplo de la ambigüedad del insulto de Trump es cuando dijo que la moderadora del primer debate republicano, la presentadora Megyn Kelly, fue injusta con él porque estaba menstruando, o cuando aseguró que veterano de guerra y senador John McCain no era un «héroe de guerra».
En el caso de Kelly señaló que tenía «sangre en sus ojos y sangre a saber dónde más», para poco después matizar que se refería a la «nariz», mientras que en el comentario de McCain lo reinterpretó subrayando que había dicho que si era un héroe de guerra era porque «había sido capturado».
El magnate, curtido en las artes televisivas en su programa «The Apprentice» comenzó a labrarse su atractivo con los republicanos desencantados gracias a su cruzada por demostrar, pese a no contar con la más mínima evidencia, que Barack Obama no había nacido en Hawai (EEUU), sino en Kenia y por lo tanto no podía ocupar el cargo de Presidente, una leyenda que ya estaba asentada entre algunos de los más iracundos oponentes del mandatario.
Ahora, con sus insultos y sus críticas contra la «corrección política», está movilizando a unos votantes republicanos que ya pusieron en peligro las primarias de Mitt Romney (el candidato de la élite política tradicional) en 2012 y prometen un terremoto en la convención republicana en la que se elegirá el candidato a presidente para 2016.
Jairo Mejía