«Creíamos que aquello era el fin del mundo, pero R. nos dijo que no, que era cosa del terremoto y que teníamos que subir todos a la colina. Y nos salvó», recuerda M., una superviviente del tsunami que en 2004 arrasó el litoral indonesio de Aceh.
R., que pide el anonimato, se reunió con otros hombres de su aldea, situada a unos 20 kilómetros de Banda Aceh, justo después de que un potente terremoto sacudiera la región esa mañana de domingo, y antes de escuchar el ruido de tres explosiones.
Primero pensaron que serían combates entre la guerrilla del GAM (Gerakan Aceh Merdeka o Movimiento Aceh Libre), presente en los montes que dominan el pueblo, y el Ejército indonesio, parapetado en el llano, ambos enzarzados en una guerra desde hacía más de treinta años.
Luego, se dieron cuenta de que el ruido procedía del mar y creyeron que se trataba de unos ejercicios de la Marina indonesia, que sabían que estaba desplegada en la región, y se preguntaron «¿y por qué hacen maniobras justo ahora, después de este terremoto?».
Pero el estruendo, en lugar de apagarse se hacía más intenso según pasaban los minutos.
«Estábamos encima de una colina, cerca del mar, y desde ahí vimos como se acercaba una gran ola», explica R. que comenzó a gritar a todos para que subieran allí.
A diferencia de sus vecinos, él tenía alguna idea de lo que podía estar ocurriendo porque lo había leído y lo había visto en un reportaje de televisión sobre Japón.
«También conocía la historia de Nuh», apunta R., en referencia al nombre en árabe de la tradición musulmana de Noé.
«Todos le hicimos caso porque gritaba mucho, estaba muy enfadado», relata M., que tampoco quiere revelar su identidad y que recuerda que subían por la ladera con miedo porque la tierra seguía temblando y temían que se produjera una avalancha de rocas.
Después de la primera ola, R. llamó a unos cuantos, los más jóvenes y fuertes, y bajaron al llano a buscar personas mayores que pudieran haber quedado atrapadas.
«El agua era muy alta pero encontramos algunos supervivientes. Algunos habían sido arrastrados desde unos 3 kilómetros más allá. Los subimos», asegura.
Tras la tercera y última ola, bajaron de nuevo en busca de comida y a enterrar a los muertos. Se quedaron ahí, en la colina, un par de días, sin agua, hasta que aparecieron unos soldados y los evacuaron a un campamento de refugiados. R. fue el último en marcharse.
De las 200 familias de esta población sobrevivieron 150, una proporción mucho mayor que en otras zonas donde perecieron entre la mitad y dos tercios de los vecinos, según cuenta M., que otorga el mérito a R.
Este sobrevive con el cultivo de un huerto, cuya producción destina al autoconsumo, y con las ganancias que consigue su mujer, que regenta un pequeño negocio de costura que abrió con la ayuda de una de las ONG que acudió a Aceh tras el tsunami.
Financieramente es una situación mucho peor de la que tenía antes de la catástrofe este vecino, hijo de uno de los jefes de la aldea, que llegó a gozar de una buena posición económica gracias a la comercialización de clavo, especie que cultivaban en la ladera de la montaña.
De joven pudo estudiar en Yakarta antes de regresar a Aceh para casarse y trabajar como representante en la zona de una editorial de libros escolares, un puesto que no recuperó después del tsunami.
Pero no se queja ni echa de menos una época de combates constantes entre la guerrilla y el Ejército, e incluso de desconfianza entre los propios vecinos que sufrían acoso, maltratos e intimidaciones por parte de ambos bandos beligerantes.
«Nos cobraban impuestos, nos interrogaban para saber dónde estaban sus enemigos. Los unos y los otros se comportaban igual. Lo sufríamos cada día», dice R. que admite que le cuesta hablar del pasado y que se sigue sintiendo hoy vigilado y bajo sospecha.
La enorme destrucción causada por el tsunami propició el fin de la guerra con la firma, ocho meses después, de un acuerdo de paz que permitió el desarrollo del autogobierno de Aceh, en manos de exmiembros del GAM, y que sigue vigente.
«Antes tenía dinero pero podían torturarme. Ahora puedo ir a cualquier parte. Puedo ir a tomar un café tranquilo sin tener que llevar esto», dice mientras muestra el documento que el Ejército introdujo para tener a toda la población fichada y controlada, y que todavía guarda arrugado en su cartera.
«Del tsunami sacamos un provecho político. Logramos la libertad», concluye R.
Jordi Calvet / Banda Aceh (Indonesia), 24 dic (EFE).-