La ONG francesa Reporteros Sin Fronteras lleva casi tres décadas combatiendo a quienes intentan silenciar el periodismo independiente y, en general, a todo aquel que pretende acallar a quien se preocupa por contar la realidad…
Creada en 1985 por dos periodistas, Robert Ménard y Jean-Claude Guillebaud, y un médico especializado en acción humanitaria, Rony Brauman, Reporteros Sin Fronteras (RSF) ha logrado, con tan solo 28 empleados directos y menos de 300 colaboradores en todo el mundo, dar la voz de alarma allí donde se produce un atropello contra la libertad de información.
PERIODISTAS AMORDAZADOS.
Halgurd Samad llevaba ocho años escribiendo sobre la corrupción rampante del gobierno regional kurdo-iraquí en varios medios independientes nacidos al calor de la caída de Sadam Husein, cuando decidió que tenía que abandonar Irak.
«Me amenazaban por teléfono, por carta, por sms… ¡incluso por Facebook!» dice a Efe este joven periodista que hoy reside en Francia gracias a un visado logrado con ayuda de RSF.
Samad se había acostumbrado a ser intimidado y agredido por los matones del Gobierno, hasta que el asesinato de dos amigos reporteros y una llamada desde dentro del partido en el poder, el PDK, le convencieron de que «lo mejor que podía hacer, era salir del país».
Reporteros Sin Fronteras, cuyo corresponsal en la zona ya llevaba tiempo en contacto con él y había denunciado su caso, facilitó su huida por Turquía y su llegada a París el 22 de septiembre de 2010.
Con 58 periodistas muertos mientras ejercían su oficio en 2010 y 87 en 2007, RSF lleva la cuenta desde hace una década de aquellos que han perdido la vida tratando de informar.
Crear salvoconductos para periodistas, blogueros y medios de comunicación en apuros, proporcionarles asistencia jurídica y prestarles apoyo logístico son dos de las principales funciones de la ONG; la tercera, consiste en recopilar información y difundirla, sensibilizar a la opinión pública y denunciar la censura y las leyes que restringen la libertad de prensa.
Estas actividades vertebran la misión de esta organización que comenzó con un presupuesto de 200.000 francos (39.500 dólares) y hoy supera los 5.175.000 dólares.
En la actualidad, cuenta con nueve secciones nacionales en Europa además de tener una célula permanente en Rusia, tres en Asia, tres en Norteamérica, y una en África.
Junto a estas, 130 corresponsales en todo el mundo informan puntualmente a los investigadores y especialistas que trabajan en la central en París.
LOS NUEVOS PELIGROS.
A la hora de comer, un silencio hacendoso reina en la sede de la organización francesa, un edificio cercano a la bolsa parisiense donde los responsables de las distintas áreas, regionales encargados de recibir información de los países asignados para después verificarla y difundirla, trabajan sin descanso.
Se trata de un espacio diáfano, luminoso y pulcramente ordenado, a excepción de unas cuantas pilas desperdigadas de la última publicación de RSF y varios cascos y chalecos antibalas amontonados en un rincón esperando su destino.
«Esos los utilizamos para facilitar la labor de la prensa cuando ejerce en países que, como Siria, se encuentran en pleno conflicto armado», explica a Efe el recientemente nombrado nuevo secretario general de la organización, Christophe Deloire.
Este veterano periodista, editor y exdirector de la Escuela de Periodismo de París se interesó de inmediato por el puesto vacante porque cree que el hilo conductor de su carrera «ha sido siempre extender la libertad de expresión».
En los últimos tiempos la organización está haciendo especial hincapié en los nuevos peligros que la amenazan, como la cobertura mediática cada vez más complicada en zonas de guerra, donde los periodistas se han convertido prácticamente en objetivos a abatir.
RSF ofrece cursos especializados, provee de material y también enseña «seguridad tecnológica», a fin de evitar que el material recabado no acabe en «manos inapropiadas», señala este responsable.
Como su antecesor Jean-François Juilliard, (hoy director de Greenpeace en Francia), Deloire debe dedicar un rato de cada entrevista que concede a matizar la polémica interminable que rodea al fundador de RSF, Robert Ménard.
Y es que el hombre que hizo de esta organización una ONG de primera línea mundial en la defensa de la libertad de prensa, también la ha cargado de matices y sambenitos difíciles de eliminar pese al paso de los años.
ZONAS DE SOMBRA.
Numerosos periodistas y organizaciones critican desde hace años la supuesta relación entre RSF y la disidencia cubana financiada por Estados Unidos.
Los críticos, entre los que se encuentran el director de «Le Monde Diplomatique», el español Ignacio Ramonet, apuntan a un excesivo (y sospechoso) ensañamiento por parte de la organización francesa con el régimen de Raúl Castro y con otros países gobernados por líderes de izquierdas en América Latina.
La ONG trata de acabar con este tipo de críticas y, desde que Juilliard recogiera el testigo de Ménard como director general, ha cortado con las subvenciones más conflictivas, como el Center for Free Cuba, financiado en buena parte por el Departamento de Estado estadounidense.
«No hay obsesión cubana ni de ningún otro tipo», asegura tajantemente Deloire, quien recuerda el fin de esta ayuda económica y alude a otros criterios, como la falta de pluralidad informativa en la isla caribeña, para situarla en tan baja posición en la clasificación sobre la libertad de prensa en el mundo que elabora cada año.
Aunque la financiación es una de las mayores fuentes de conflicto a las que se ven expuestos todas las ONGS, grandes y pequeñas, desconocidas y reconocidas a nivel mundial, ello no deja de inquietar a los responsables de Reporteros Sin Fronteras.
«La independencia es lo que mantiene viva a esta organización, lo que le da credibilidad», señaló el nuevo responsable y por ello es «absolutamente necesario» diversificar los ingresos lo máximo posible, a fin de que «si alguno se retira, podamos sobrevivir sin él».
La organización ya obtiene un tercio de sus ingresos de la venta de sus propias publicaciones, desde libros de fotógrafos famosos como Helmut Newton o Sebastiao Salgado, a libros de investigación sobre distintos países.
DE LIBERTAD DE PRENSA A LIBERTAD DE INFORMACIÓN.
Cuando RSF nació, su objetivo no era velar por la libertad de la prensa en el mundo: Reporteros fue creada por tres militantes preocupados por el estado del oficio periodístico.
Ménard, junto a Bauman y Guillabaud pusieron en marcha una pequeña organización en Montpellier, en el sur de Francia, con el objetivo de abrir un debate sobre la cobertura mediática de conflictos en el Tercer Mundo.
Tras la primera gran crisis sobrevenida por los numerosos desacuerdos entre sus fundadores acerca de su verdadera meta, la organización «dejó de aspirar a revolucionar el mundo del periodismo», y pasó a preocuparse por resolver cuestiones de orden más práctico y cotidiano.
Aún hoy siguen surgiendo preguntas de trasfondo ético, como ¿se debe defender a un periodista a sabiendas de que es un sinvergüenza?; ¿y a los informadores que trabajan en los medios oficiales de una dictadura?.
Confrontada de manera permanente a su propia función social, Reporteros Sin Fronteras nació con el propósito de crear una reflexión en el seno de los medios de comunicación y ha acabado por erigirse en defensora de los mismos, contribuyendo, como dijo en una ocasión su fundador, Robert Ménard, «a poner la libertad de expresión en el mapa».
Qué es y dónde están los límites de ese derecho es motivo de debate frecuente en la asociación, y otro de los grandes baches que la han hecho trastabillar en ocasiones.
Desde París, el experto en América Latina, Benoît Hervieu, señala que ahora son «más cuidadosos» a la hora de arremeter contra Gobiernos cuyos medios han alentado comportamientos antidemocráticos en sus propios países, como en el caso de los golpes de Estado en Venezuela u Honduras.
«En la actualidad, RSF defiende más que la libertad de prensa: apuesta por la libertad de información», subraya Deloire incansablemente, lo cual implica defender «no sólo a los periodistas, sino a todo aquel que aporte datos para explicar la realidad».
«Pero también es más restrictivo que defender la libertad de expresión», dice el secretario general, quien asegura que, incluso cuando se informa, «no todo vale».
Por Andrea Olea.