El Ártico es una gran masa de hielo rodeada de naciones, algunas de ellas las más grandes del mundo. Rusia, Estados Unidos, Canadá, Noruega y Dinamarca negocian sus límites fronterizos con esas aguas heladas para realizar prospecciones, en las que se cree yace el 13% del petróleo y el 30% de las reservas de gas inexploradas.
Para Carlos Pedrós-Alió, investigador microbiólogo, del Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona (España), “a medida que se calienta el Ártico cada vez hay menos hielo y las zonas que están próximas a la costa empiezan a estar abiertas todos los veranos, es decir, que se puede navegar. Ahí es donde se encuentran las plataformas continentales, donde se cree que están la mayor parte de las reservas de petróleo”.
“En el Ártico no se tiene ninguna experiencia y las compañías no están preparadas para, por ejemplo, solucionar un accidente si se produce en medio de una tempestad, o en el mes de diciembre, cuando no hay luz», comenta el experto.
Para Carlos Duarte, profesor de investigación en el departamento de Recursos Naturales del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados, “lo sorprendente es que, tras décadas, algunos gobiernos estén reabriendo las minas de carbón en el Ártico, cuando se cerraron debido a los enormes impactos que la emisión de metales pesados asociada a estas explotaciones causaron sobre la fauna y las personas en la zona”.
Recientemente se ha confirmado lo que se venía viendo venir desde hace años: se está produciendo un deshielo en el Océano Ártico. El pasado julio, científicos estadounidenses observaron que la superficie de Groenlandia afectada por el deshielo superficial pasó, de un 40 por ciento, cifra habitual, a más de un 90 por ciento, extensión récord en tan sólo cuatro días.
Esta descongelación ha permitido ver, durante los últimos veranos, dos pasos nunca antes encontrados: el del Noroeste y el del Noreste, que permiten ir del Atlántico al Pacífico, por el norte de Canadá y por el norte de Siberia, respectivamente.
Para Carlos Pedrós-Alió, investigador microbiólogo del Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona (noreste de España), perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), “a medida que se calienta el Ártico cada vez hay menos hielo y las zonas que están próximas a la costa empiezan a estar abiertas todos los veranos, es decir, que se puede navegar. Ahí es donde se encuentran las plataformas continentales, donde se cree que están la mayor parte de las reservas de petróleo”.
LOS RIESGOS PARA ENCONTRAR PETROLEO.
Pero esta fuente energética tiene en el mar un historial salpicado de sucesos dramáticos, cuyas consecuencias en muchos casos todavía permanecen alterando el medioambiente. Como explica el investigador, “el problema está en que, siempre que se realiza una intervención de este tipo, existen riesgos de accidentes”.
Dos de los mayores infortunios alrededor del petróleo fueron, los del buque estadounidense Exxon Valdez que, en marzo de 1989, chocó contra un arrecife en el estuario de Prince William Sound, en Valdez (Alaska), y vertió al agua 42 millones de litros de combustible, causando una marea negra de 250 kilómetros cuadrados, y el vertido, en 2010, de la plataforma “Deepwater Horizon”.
El 20 de abril de 2010 la explosión e incendio de la plataforma “Deepwater Horizon” de British Petroleum, en el Golfo de México, hundida dos días después, causó once muertos y una mancha que contaminó los humedales en el Delta del Misisipi, y las costas de Luisiana, Misisipi, Alabama y Florida.
El pozo Macondo, situado a 1.500 metros de profundidad, causó el peor desastre ecológico de la historia de Estados Unidos al verter 4,9 millones de barriles al océano (779.100 toneladas). Durante la limpieza del crudo y el sellado del pozo fallecieron, el 23 de junio de 2010, dos personas en sendos accidentes.
Como explica Pedrós-Alió, “las empresas hacen un cálculo para el caso en que haya un accidente, y consideran los medios que habrá que utilizar para limpiar la zona. El problema está en que el único interés de la empresa es obtener beneficios, no preservar el medioambiente. Así que es obligación de las administraciones asegurarse de que el plan de limpieza esté bien hecho”.
Pero el accidente del Golfo de México demostró a los científicos algo muy importante, que aunque “ésta es una zona cálida, accesible y situada en uno de los países más desarrollados del mundo, sin embargo se produjeron esos problemas, por los que la empresa va a tener que pagar cerca de 40.000 millones de dólares, y lo que no se dice, es lo que van a tener que pagar los contribuyentes por todo lo que habrá que hacer en adelante”, subraya el investigador.
“En el Ártico no se tiene ninguna experiencia y las compañías no están preparadas para, por ejemplo, solucionar un accidente si se produce en medio de una tempestad, o en el mes de diciembre, cuando no hay luz. Tampoco si ocurre y llegan placas de hielo con capacidad de romper las plataformas o las conducciones de petróleo. Aquí los riesgos son muchísimo mayores y, lo que es peor, los métodos que se utilizan para resolverlos no se han probado nunca en aguas tan frías”.
El investigador sostiene que, aunque los efectos serían los mismos que en cualquier otro lugar, el problema es que “el petróleo tiene compuestos volátiles y compuestos que flotan, que pueden matar todo lo que se encuentra debajo. A la fauna de la costa, aves o mamíferos, les hacen perder el aislamiento térmico y, además, a las aves les impide volar, por lo que en una zona tan fría mueren enseguida unos y otros. Las poblaciones humanas que viven cerca del mar también son sensibles a esos productos tóxicos y, por el efecto en la fauna, su economía queda destrozada por un tiempo considerable. Así pues, los efectos repercuten, tanto para las aguas como para los ecosistemas y las poblaciones humanas en general”.
LAGUNAS DE LA LEY.
Considera el científico español que “resulta lógico que países como Noruega o Rusia, que tienen acceso a una gran zona de la plataforma ártica, con grandes posibilidades de petroleo, quieran explotarlo. Lo que ocurre es que hay que encontrar un equilibrio entre ese deseo de riqueza y las consecuencias que pueda tener su extracción”.
Pero los destrozos, que pueda haber en esa zona tan sensible, son enormes y pueden perdurar por mucho tiempo o, incluso, ser definitivos. Por eso, dice Pedrós-Alió, “alguien tiene que vigilar que las empresas lo hagan bien, que los estados cumplan unos requisitos mínimos, de tal manera que la explotación que se haga sea en las mejores condiciones posibles. En este sentido, Canadá lo ha hecho de forma cuidadosa porque ese país tiene muchísima costa en el Ártico, además de la mayor parte de las poblaciones nativas que viven de la naturaleza ártica”.
Es distinta la actitud de países como Noruega o Rusia, que carecen de poblaciones en esa zona, por lo que, como señala el investigador, “la economía prima más que el bienestar de las personas, por lo que es muy fácil que no tomen las medidas que se deberían de adoptar”.
Pero la legislación en este terreno es pobre y confusa. Carlos Duarte, profesor de investigación en el departamento de Recursos Naturales del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados, centro mixto del CSIC y la Universidad de Baleares, explica la situación en la que se encuentran los países en litigio:.
“Los países que reivindican territorialidad están, desde hace tiempo, ocupados en desarrollos mineros y de gas y petróleo, sin embargo lo sorprendente es que, tras décadas, algunos gobiernos estén reabriendo las minas de carbón en el Ártico cuando se cerraron debido a los enormes impactos que la emisión de metales pesados asociada a estas explotaciones causaron sobre la fauna y las personas en el Ártico; y, además, muchos países lejanos están también implicados en la explotación. El país con mayor número de licencias solicitadas, un 40% de las 200 pedidas, es Australia, casi en las antípodas de Groenlandia”.
En referencia a las leyes internacionales que establecen las limitaciones territoriales, Duarte concluye que “las leyes internacionales, en particular UNCLOS (The United Nations Convention on Law of the Sea) fija 200 millas desde la línea de costa, como aguas económicas exclusivas».
Sin embargo, existe una provisión por la que, los países que aporten evidencias de que su plataforma costera se extiende más allá de estas 200 millas, pueden solicitar una ampliación de este límite.
Todos los países con territorio en el Ártico están actualmente implicados en estas solicitudes, de forma que las aguas internacionales del Océano Glaciar Ártico podrían, de aceptarse estas reclamaciones, quedarse en menos del 10% de la superficie de este océano.
Por Isabel Martínez Pita.