A caballo entre el documental y la ficción, la directora Isabel Lamberti se asoma al día a día de una familia que vive en una chabola del barrio madrileño de la Cañada Real bajo la amenaza del desalojo en su opera prima «La última primavera».
La película se proyecta hoy en la sección Nuevos Directores del Festival de Cine de San Sebastián (España) y tiene su origen en un cortometraje, «Volando voy», que fue premiado hace cinco años en este mismo certamen, según ha explicado la directora, nacida en Alemania en 1987, de padre español y madre holandesa.
Una noticia en un periódico sobre los niños de ese barrio marginal de la periferia madrileña, que debían caminar a diario dos o tres horas para poder ir a clase, llevó por primera vez a Lamberti hasta la familia Gabarre Mendoza.
«Soy media española y sentía la necesidad hacer una película aquí, tal vez para encontrar un trozo de mí», afirma. A través de organizaciones sociales que trabajan en el barrio, lo visitó por primera vez y conoció a la que llama su «familia gitana», a la que ahora visita cada vez que va a Madrid a ver a su abuela.
Si el primer corto se centraba en los hijos, el largometraje tiene como protagonistas a toda la familia ante la amenaza del desalojo, ya que los terrenos han sido vendidos.
La historia arranca con la celebración del cumpleaños del nieto, cuando una inspección policial interrumpe el festejo. El padre, David, chatarrero, intenta encontrar una solución, al mismo tiempo que trata de poner de acuerdo a los vecinos para solucionar problemas cotidianos, pero la burocracia del sistema le supera.
La cámara se detiene también en la madre, Agustina, que trata de conservar la paz y el equilibrio en el hogar pese a las tensiones, y en la relación entre los hijos, uno de ellos ya padre precoz y el otro aprendiz de peluquero que adora su trabajo.
«Yo les he visto crecer, tener hijos, y me chocaba la diferencia entre lo que yo veía y la imagen tan negativa de las noticias, así que cuando supe que iban a demoler su vivienda pensé que era mi última oportunidad para dar a conocer otra imagen de esa comunidad», explica Lamberti, que ha dirigido varios capítulos de la versión holandesa de la serie «Skam».
El guion parte de los personajes y hechos reales pero los recrea mediante la ficción, una decisión que obedece tanto a motivos prácticos como éticos.
«Queríamos hacer una película sobre el traslado de vivienda, pero algunos momentos importantes -como las reuniones informativas con los trabajadores sociales- habían sucedido ya y tampoco estaba muy claro cuando se iba a producir el desalojo, no podíamos estar esperando», explica sobre los motivos prácticos.
Y en cuanto a los éticos dice que se trataba de proteger a la familia, ya que se cuela en su intimidad. «Queríamos ofrecerles un espacio seguro y la ficción lo es, y permite que muestren más su vulnerabilidad».
Cada escena estaba escrita y era ensayada -los diálogos no-. No es fácil trabajar con actores no profesionales, y además con hábitos incompatibles con un rodaje, como trasnochar, pero Lamberti asegura que a ella le han sorprendido mucho, especialmente el hijo menor, Alejandro, que también sorprenderá al espectador.
El rodaje se llevó a cabo durante seis semanas entre marzo y abril de 2019 y no estuvo exento de dificultades, según el productor Steven Rubinstein, empezando por la ausencia total de cualquier tipo de infraestructura en el barrio.
La familia Gabarre Mendoza ha acudido al completo a San Sebastián para la proyección del filme, aunque Lamberti ya se lo había mostrado en una sesión privada antes.
Dice que lo más fascinante de todo es ver la relación tan estrecha que mantienen entre ellos. «Sé que puede sonar cursi pero todos los que estuvimos en el rodaje sentimos ese amor, y para mi era importante mostrarlo, no hay nada que pueda separarles».